: : Esclavos modernos

A las cuatro de la tarde paramos de hacer lo que sea que estemos haciendo y nos vamos a la cocina. Un rito vespertino. Un respiro obligatorio. Una sana costumbre que viene a romper un poco ese dejo de esclavitud que nos abraza la mayor parte del día.

En la cocina tenemos dos refrigeradores. Modernos. Metálicos. Un par de hermosuras. Generalmente atestados hasta el tope de bolsas de comida. Cada uno guarda ahí sus meriendas. Hay quienes hacen una compra semanal y lo llenan de frutas, verduras y gaseosas. Compran leche para toda la semana. Pan de molde. Hay de todo. El surtido es variado y colorido. Una belleza.

Al descanso llegamos todos con el mejor de los ánimos. Excepto contadas excepciones que aprovechan el momento para llenar las mentes de los demás con su pesimismo y mala onda. Claro que no se les puede criticar demasiado, ya que todos, más tarde o más temprano pasamos por esos momentos de rabia. Rebeldía. Rebelión.

La esclavitud moderna es algo serio. Real. Tangible. Se le puede sentir, oler, saborear. Se le puede ver en cualquier lado. Es cosa de poner atención y abrir la mente.

Todos somos esclavos y lo que es peor, acá en el estado en donde vivo, no hay quien nos proteja. No. Acá como si fuera poco nos tienen convencidos de que los representantes son elegidos por nosotros y están en sus cómodas oficinas para velar por nuestros derechos. Una falacia más. Una broma. Una falta de respeto.

Nadie nos protege. No hay Chapulín Colorado que salga de detrás de algún mueble con la llave para soltar nuestros grilletes invisibles, esos que nos ha ido dejando el sistema.

Cuando me paro de mi escritorio y camino hacia la cocina para disfrutar de mi descanso, pienso en que quisiera estar en cualquier otro lugar menos aquí. Nada personal. No tiene nada que ver con mis compañeros de celda sino con que me gustaría pasar más tiempo con mi familia. Pero qué le vamos a hacer, no se puede y ya. Pasan los quince minutos. Devuelta al escritorio. Debo darme con una piedra en el pecho, al menos tengo un escritorio.

: : Yo indignado, ¿y usted?

Hace tres años el gobierno tuvo que sacar la chequera para arreglarles la casa a los bancos. Los más grandes estaban en la quiebra. No tenían dinero. Se lo habían comido todo. La especulación excesiva les había pasado la cuenta y todo el sistema se estaba “derritiendo”. Eso fue hace tres años. Hoy, los mismos bancos quebrados y desprestigiados han renacido. Citibank llegó a tener setenta y cuatro por ciento de utilidades. Un tremendo logro. Esperaban 81 centavos por acción y lograron 1.23. Un record. Se pasaron.

Es por cosas como esta que los indignados se han tomado Wall Street. Somos muchos los que estamos de acuerdo con esto. Sin embargo, los noticiarios no le han dado la cobertura que se merece. A veces pareciera que no lo han tomado en serio. Pero qué le vamos a hacer. El mundo parece no tener tiempo para mirar estas cosas. A la mayoría de las personas parece que les da lo mismo. Están adormecidas. Aletargadas. Sumidas por completo en la complacencia. En la comodidad.

En general, todos los indignados tenemos razones para estarlo, y digo tenemos, ya que me considero uno de ellos. El problema al parecer con este movimiento es que de una forma u otra, hay que canalizar la indignación hacia algo coherente. Entendible. Respetable.

El otro día se juntaron más de mil personas a protestar en mi ciudad. Fuimos con mi señora y mi hijo de ocho años. Al llegar nos regalaron unos letreros. Uno decía “No maten el sueño”, el otro decía “Sanemos América, cobrémosle impuestos a los ricos”. Le dije a mi niño cual letrero le gustaría tener y me dijo que el de los sueños, ya que el no entendía de impuestos. Lo encontré genial.

Lo que no encontré genial en lo absoluto fue algo que sucedió después. Dos reporteros de dos estaciones diferentes llegaron a cubrir la protesta. Cada uno venía acompañado de su respectivo camarógrafo. Hasta ahí todo bien. Lo que me molestó fue que durante largos minutos no hicieron nada. No hablaron con nadie. No se involucraron en lo más mínimo. A eso de las tres y media, como estaba programado, los asistentes comenzaron a caminar hacia el edificio del gobierno local. La policía cortaba el tránsito para garantizar la seguridad de los caminantes. Hasta ahí, todo bien. Cuando quedaba un grupo de no más de treinta personas, los dos periodistas y sus camarógrafos comenzaron a grabar sus reportes. En la noche, al ver los noticiarios, ambos informaron que la convocatoria había sido menor, algo que respaldaron con sus imágenes. Hicieron aparecer como si la protesta hubiese sido una cosa menor.

Tengo muchos amigos periodistas, productores y camarógrafos. Puedo dar fe de su integridad como personas y como profesionales. Lamentablemente debo decir, que aquí en los Estados Unidos, país en donde se dicta cátedra en muchas cosas, se ha perdido el norte. Las corporaciones han tomado el control de todo, empezando por los medios de comunicación. La libertad de prensa esta herida y se desangra. Hace tiempo que nos quejamos de este tipo de cosas y no son pocos quienes se ríen en nuestras caras, ello gracias a reporteros como estos. Personas que cumplen con informar lo que sus jefes corporativos les indican, o tal vez debería decir desinformar. Una vergüenza.