Creo que el calor del verano capitalino me tiene el cerebro
medio fundido. Esto de estar cocinándose a fuego lento no es lo mío. Pero que
puedo hacer, a veces las neuronas se deshidratan más de la cuenta y como que
cuesta juntar las palabras para decir claramente lo que uno piensa. En todo
caso, a veces el silencio es la mejor forma de demostrar que uno no está a
gusto con lo que está viendo, especialmente cuando en verdad no se tiene claro
que se puede hacer.
El otro día iba en el metro, era tarde pero aún se sentía ese
hedor que deja el pueblo explotado. Iba sentado pensando absolutamente en nada,
esa es una virtud que tenemos los hombres y que las pololas y esposas no pueden
entender. En eso pasó un caballero vendiendo “Halls”, dos paquetitos por
quinientos pesos, uno en trescientos. Le pasé luca y le dije que me diera dos.
No tenía vuelto. ¿Ni una moneda? Le pregunté. Me miró y me contó que se las
había pasado todas a la patrona en la parada anterior y que tenía puras de a
diez. Como andaba de buena onda le dije que me diera cuatro entonces, y le pedí
que regalara tres a quien quisiera dentro del vagón. Me miró y dijo “Ya poh”.
Lo estaba mirando mientras peleaba para abrir el paquete que
me dio, y vi como le entregaba un paquete a una señora gordita, uno a un
caballero mayor y el tercero a una dama que parecía vendedora de AFP. Cuando
terminó me miro y me hizo un gesto como pidiendo mi aprobación. Moví la cabeza
de arriba para abajo y lo llamé. Le pregunté por qué había elegido a esas
personas, y me respondió que tenían cara de que necesitaban un cariñito.
Parece que cuando necesitamos un cariñito se nota.