Hace ocho años
que conscientemente dejé de fumar. Sin embargo, hace dos meses volví a
retomar el vicio. Si, ahora fumo. Pero no tomo café. Eso lo dejé para siempre,
o al menos por ahora y un tiempo más. Quien sabe, eso de las cosas para siempre
es mucho compromiso. Como cuando dejé el cigarro hace ocho años, pensé que
sería para siempre pero me equivoqué.
Ahora fumo pero
no tomo café. Fumo cuando estoy nervioso, aburrido o alegre. Fumo por la mañana
y por la tarde. En la noche también fumo. Fumo cuando hace frio y cuando hace
calor. La cosa es que ahora fumo, ya quedó claro ese punto.
Las razones por
las que volví a fumar existen. Para algunos podrán ser débiles, en algunos
casos parecerán banales, sin embargo para mi son poderosas. Lo suficientemente
fuertes como para que, luego de ocho años, terminara con mi prolongada abstinencia.
No sabría decir si esta ruptura o quiebre sea para siempre, como ya dije,
ese absoluto me complica.
Ahora fumo porque
tengo rabia. Tengo mucha rabia. También tengo pena. Fumo porque ando con rabia
y pena. Fumo porque de alguna manera tengo que botar humo, el que me consume
por dentro. Así es, ya que la rabia y la pena me llenan de vapor que como una
caldera quiere explotar. Fumo para no explotar y para que el humo salga de la
manera más suave posible.
La pregunta no es
entonces por qué fumo, sino por qué tengo tanta rabia y tanta pena.
Prefiero no decir nada. Soy dueño de mi silencio. Opto por callar y dejar todo
en un simple, ahora fumo.
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