No son pocas las
cosas que me gustan, y lo más probable, es que la lista de cosas que me
desagradan sea más o menos igual. Quien sabe. Con los años entre las listas se
ha ido produciendo una especie de cambalache. De chico, en el top ten de las
cosas que no me gustaban estaban los pimentones rojos. Me daba el tiempo de
sacar uno por uno de cualquier comida, sin embargo hoy, me encantan. Los gustos
son así. Son dinámicos. Cambian. Evolucionan.
Por otro lado, hay
otras cosas que siempre han estado en una sola lista y de ahí no se han movido,
y con los años se han ido anotando nuevas cosiacas en ambos listados. Claro, a
medida que uno va creciendo y recorriendo va aprendiendo y conociendo nuevas
cosas. No podía ser otra manera.
Dentro de las cosillas
que me gustan podría mencionar comidas o prendas de vestir. Posiciones y lugares.
Situaciones y un cuanto hay. Entre las que no me gustan, la mayoría son
conductas o actitudes. Algunos estilos de música me llegan a sacar ronchas
mientras que otras, llegan a ser dolorosas y enfermantes. Con los años la
tolerancia y paciencia van disminuyendo. Se van acabando y su lugar lo van
ocupando las mañas.
Hoy, reconozco
que tengo un montón de manías que nunca pensé llegar a tener. Algunas nuevas,
otras estaban ahí, en algún momento las llegué a reconocer en mis padres o
algunos parientes. La maldita genética que no podemos ocultar ni aunque
queramos. Que siempre sale a flote, es como la verdad, o mejor dicho, es una
verdad en sí.
La genética no
siempre es justa. Más bien, creo que es una loca de mierda. Una vieja neurótica
y gritona que no se puede quedar callada y que, tarde o temprano explota. Una
bomba de tiempo. Una broma cruel que nos jugó el buen Dios.
Creo que al final
lo que pasa con el continente americano es eso, lo que llegó por estos lados a
colonizar en su gran mayoría era mediocre, lo que botó la ola. Mala genética por
todos lados y ahora explota por todos lados, especialmente en los salones del Congreso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario