Me baje del cielo
y me puse a escribir canciones. Malas canciones. Sin música. Nada de música.
Solo silbidos, bocinas y sirenas del samu. Canciones que liberan el alma y se
llevan a la tumba las tristezas.
Santiago es una ciudad desconocida para mí. Una ciudad que tiro al olvido todos los hermosos espacios que tenían significado real. Donde el mármol era mármol y no imitación.
Me baje de la
nube y me puse a escribir poemas enamorados. Llenos de sentimientos y
emociones. De esos que me ponen todo tierno por dentro. De esos que sacan
suspiros si van acompañaditos de una rosa. Poemas en versos perfectos donde las
rimas riman, y los acentos y las comas están puestos en el lugar preciso.
Me senté en una
mesita redonda de cubierta verde, robe una servilleta y seguí escribiendo. Escribí
nombres de personas que se me estaban empezando a olvidar. Llene la servilleta
por ambos y lados y tuve que partir a robarme otra. Esta vez trate de dibujar
los labios que he besado, pero me dio pena. Me sentí solo. Me sentí miserable.
Entonces me pare
de la mesa redonda con cubierta verde, y trate de volver por el camino que me había
traído hasta ese lugar para ver si encontraba la misma nube de la que me había bajado,
pero ya no estaba. Se había ido. Quise volver al cielo del que me había bajado,
pero ya no estaba la escalera, se la habían llevado. Alguien la había escondido.
Sin tener como
regresar al lugar celeste donde estaba tranquilo, no me quedo otra mas que
quedarme. Aceptar la realidad. Seguir robando servilletas para escribir mis
canciones y poemas sin música ni rosas rojas que las acompañen. Seguir sacando
mis palabras que no significan nada para nadie. Pero que para mi son todo.
1 comentario:
Bello
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