Cabros, hoy habló mi querida Michelle. Se
veía bella con su traje blanco y la banda tricolor. Me han atacado por
insolente con la Presidenta, pero no soy insolente, en verdad me cae bien la
doña, por algo me ofrecí para ministro sin pretensiones de sueldo. Me propuse
para distintos ministerios y no me pescaron ni en bajada. Bueno, eso ya pasó,
no insistiré con ese tema. La cosa es que Michelle, Michelle habló. Se dirigió
al país. Habló de todo, o de casi todo. Trató de convencer a los votantes de que la cosa viene mejor. Ojalá, ya
que caminar por el centro se está volviendo desagradable.
En relación con eso, sucede que el otro
día mi amigo Darío fue al centro. La razón que lo llevó no tiene importancia,
al menos no para este relato. Sin embargo, mientras caminaba por una calle se
topó con un grupo de estudiantes que marchaban alegando por esto y por aquello.
Como su paso se vio cortado por los jóvenes indignados, dobló en la primera
esquina que se le puso por delante. Mientras caminaba por esta calle, angosta,
sucia, sombría tal vez, se topó con otro grupo que se manifestaba. Daba lo
mismo el camino que tomara, o la esquina en la que doblaba, siempre se topaba
con alguna protesta. La incomodidad fue tal, que no pudo llegar donde iba, y su
genio no fue más el mismo, al menos por el resto de esa tarde.
Cuando mi amigo Darío contó
su periplo turbulento, su conclusión fue que debería haber algún tipo de
organización con esto de las protestas, cosa de que no sean todas el mismo día
y a la misma hora. Le encontré toda la razón.
Michelle mía, querida
Michelle, de verdad espero que mejoren las cosas por el Palacio. Que vuelvan a
estar de buen humor y que las encuestas repunten. Ojalá que todo lo que dijiste
no sólo sean cosas bonitas. Pero lo más importante, para que la gente deje de
protestar, ojalá que empiecen, pero en serio, a hacer las cosas bien.
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