: : Sobre las aves y otras yerbas

La verdad es que las últimas semanas han estado llenas de trabajo. No me quejo. Eso es lo que esperamos todos. Es muy triste estar sentado en un escritorio haciendo nada, sufriendo por la incertidumbre de lo que vendrá. Por suerte estas últimas semanas han sido movidas. Nada de tiempo libre para sentarse a escribir. Igual me agrada mucho poder escribir, es un excelente entrenamiento mental. Claro que es distinto escribir por trabajo que por placer. Son ejercicios distintos. No tienen mucho en común.

Lo rico de sentarse a escribir es que es una especie de terapia. Un desahogo. Un cable a tierra dirían por ahí. Mi viaje diario es largo y veo un montón de cosas interesantes en mi camino que en ocasiones no tengo con quien conversar. Cuando llego a casa generalmente se me han escapado la mitad de estas situaciones. A veces sucede que se me vienen a la memoria mucho tiempo después cuando ya han perdido su importancia y frescura. Pero qué le vamos a hacer. No siempre se puede tener tiempo de escribir aún cuando uno lo persiga con ganas. Las ganas no siempre son suficientes.

Esta mañana sin ir más lejos, venía caminando hacia la oficina. Estaba fresco y corría mucho viento. El cielo estaba bellamente despejado pero el sol no calentaba. Delante de mí caminaba una pareja dispareja. Ella una mujer de volumen morrocotudo que me recordaba a Jaba de la Guerra de las Galaxias. Un ropero. Una mole. Ustedes me entienden. A su lado caminaba un caballero de aspecto frágil. Pequeño y de delgada contextura. Se veía insignificante al lado de su pareja. Asumo que eran pareja, ya que ella iba tomada de su escuálido brazo. La cosa es que mientras ellos caminaban una paloma defecó sobre el pobre hombre. Me impresionó su mala suerte, ya que claramente su compañera era un blanco más factible de ser agredido. Cosas de la vida. Ella se rio alegremente del percance de su acólito. Él, rojo, rubicundo, indignado miró al cielo buscando a su atacante, no sé bien para qué, ya que era poco lo que le podría haber hecho a menos de andar cargando un arma con mira telescópica. Los pasé por el lado y seguí mi camino hacia mi lugar de trabajo.

La historia es esa, no tiene nada de especial. Pero fue divertido. Salido de la rutina. Me sacó una sonrisa. Alguien podrá decir que a todos nos toca. Hace muchos años una paloma defecó en mi hombro mientras caminaba por el centro de Santiago. Recuerdo que una gaviota hizo lo mismo en el pareo que mi esposa había puesto en la arena de la playa para sentarse. Lo divertido es que la playa estaba vacía. Esa gaviota debe ser de algún escuadrón especial, ya que lo que hizo rayó en la perfección de la puntería.

Nadie controla a estas aves que vuelan sobre nuestras cabezas. Hacen lo suyo sin que nadie les diga nada. Por siglos, las palomas han hecho de las estatuas sus sanitarios sin el más mínimo reproche o reprimenda. Son símbolo de la paz por lo tanto intocables. Las gaviotas no lo hacen nada de mal. Las golondrinas deben hacer lo mismo cuando vienen de regreso para disfrutar del verano. No hay nadie que las controle. No tenemos un organismo que les explique que no pueden llegar y defecar donde quieran ya que caminando, hay personas comunes y corrientes que merecen un poco de respeto. Extrañamente pasa lo mismo con los banqueros. Son como las aves. Hacen y deshacen. Se salen siempre con la suya. Vivimos en una completa indefensión ante las aves y los banqueros. ¿Qué me dicen de las aseguradoras? Otro tipo de aves que los ornitólogos no han clasificado como corresponde. También estamos indefensos ante ellas. Quien lo diría. Darwin no vio en estas especies importancia real para ser estudiadas. No aparecen descritas en ninguno de sus cuadernos. Lo más probable es que en esa época no se habían desarrollado como en la actualidad. Poderosas. Enriquecidas hasta más no poder. Puede que sea por eso.