: : Pasó la vieja



Quise decir tantas cosas y no lo hice. Me guarde todas las emociones una vez mas y las palabras simplemente estuvieron ausentes. El momento de hablar pasó rápidamente. Las oportunidades generalmente son así, impredecibles. Entonces miré hacia atrás esperando encontrar algo, no se que. No se bien lo que esperaba encontrar, solo se que ya no había nada mío, solo una plaza vacía, un balcón polvoriento, pasto seco y soledad.

Me vino entonces esa extraña sensación. Vacio. El silencio que hay cuando ya todos se han ido y solo queda apagar la luz y cerrar la puerta. Pena.

No es fácil contener las lágrimas en momentos así, sin embargo, es más terrible que estas nunca salgan. Creo que lo peor que nos puede pasar es que no podamos llorar. Que el dolor del destierro, del desarraigo, la partida de un ser querido o lo que sea no nos abandone nunca y se quede ahí para siempre.  

Quise decir tantas cosas y no lo hice. Quise hablar y no pude. Me callé. Miré al suelo. Sentí miedo, pavor. Me dediqué a escuchar en silencio, en todo caso esa es la mejor manera de escuchar, ya que si todos hablamos al mismo tiempo nadie entiende nada. Así es que escuché. Hice nota mental de cada letra, de cada rictus, de cada sombra. Pude decir algo y no lo hice.

Si alguna vez se repite la escena hablaré. Diré todo. No me guardaré nada. Ahora, ya pasó la vieja. La oportunidad de decir las cosas se fue para no volver. Hoy no queda más que seguir adelante con la vida y hacer como que nada ha pasado. Guardarlo todo en cajitas de colores hasta que la cabeza explote o se pare el corazón. Volver a sonreír pero con la mirada un poco más opaca que antes. Dejar que el brillo de la alegría se vaya y ser. Si, ser. Una vez más ser el que todos conocen o mejor dicho, el que todos creen conocer.


: : Pienso



Mientras escucho los compases alegres y sincopados de Lulu's Back In Town de Thelonious Monk pienso. Siempre estoy pensando. En general creo que me hace bien mantener la cabeza ocupada a ver si mantengo al alemán lo más alejado posible. Pero volviendo al tema, decía que pienso. Pienso en que este Chile que encontré después de más de veinte años de deambular por otros lares no es lo que esperaba encontrar. Es un país triste, golpeado y abusado. Andar el metro es una experiencia dolorosa. La alegría que esperábamos en los ochenta llegó, pero sólo llegó para algunos, claramente no para todos.

Hay mucha plata allá afuera, pero en bolsillos de unos pocos. La derecha y la izquierda se han ido disolviendo y parecieran ser una masa sin forma en donde viven para arreglarse entre ellos y pagar favores. Una vergüenza en un país donde la gran mayoría aún espera un cambio real.

Soñar en un país de sueldos decentes no es politiquería, es una necesidad. Exigir cambios es un derecho, igual que esperar una mejor educación, o al menos una menos mediocre. Esperar más no debería ser una utopía. Sentir que el chancho está mal pelado y decirlo en voz alta no debería ser reprimido, sino por el contrario, debería ser escuchado y atendido. 

La discusión por la educación no debería ser por quienes van a dejar de ganar mucho haciendo poco, sino pensar en los miles que merecen algo mejor. Por suerte, a pesar de todas mis cimarras, siento que en mis tiempos de escolar la enseñanza era decente. 

En algún momento quienes son elegidos para representar los intereses de la mayoría perdieron el norte. Se hicieron burgueses y se olvidaron de a quienes representan. Pierden el tiempo de manera grosera en discusiones menores mientras las bases de la sociedad chilena se van corroyendo de manera brutal. Los chilenos no merecemos lo que estamos recibiendo. Los tiempos han cambiado, lamentablemente, lo que mejor se ha hecho en todos estos años ha sido minar la voluntad aguerrida de un pueblo entero, dejando en su lugar una triste masa de ovejas que calladamente aceptan que se les pisotee a diario. Una pena. En eso pienso.



: : MALDITA GENÉTICA



No son pocas las cosas que me gustan, y lo más probable, es que la lista de cosas que me desagradan sea más o menos igual. Quien sabe. Con los años entre las listas se ha ido produciendo una especie de cambalache. De chico, en el top ten de las cosas que no me gustaban estaban los pimentones rojos. Me daba el tiempo de sacar uno por uno de cualquier comida, sin embargo hoy, me encantan. Los gustos son así. Son dinámicos. Cambian. Evolucionan.

Por otro lado, hay otras cosas que siempre han estado en una sola lista y de ahí no se han movido, y con los años se han ido anotando nuevas cosiacas en ambos listados. Claro, a medida que uno va creciendo y recorriendo va aprendiendo y conociendo nuevas cosas. No podía ser otra manera.

Dentro de las cosillas que me gustan podría mencionar comidas o prendas de vestir. Posiciones y lugares. Situaciones y un cuanto hay. Entre las que no me gustan, la mayoría son conductas o actitudes. Algunos estilos de música me llegan a sacar ronchas mientras que otras, llegan a ser dolorosas y enfermantes. Con los años la tolerancia y paciencia van disminuyendo. Se van acabando y su lugar lo van ocupando las mañas.

Hoy, reconozco que tengo un montón de manías que nunca pensé llegar a tener. Algunas nuevas, otras estaban ahí, en algún momento las llegué a reconocer en mis padres o algunos parientes. La maldita genética que no podemos ocultar ni aunque queramos. Que siempre sale a flote, es como la verdad, o mejor dicho, es una verdad en sí.

La genética no siempre es justa. Más bien, creo que es una loca de mierda. Una vieja neurótica y gritona que no se puede quedar callada y que, tarde o temprano explota. Una bomba de tiempo. Una broma cruel que nos jugó el buen Dios.

Creo que al final lo que pasa con el continente americano es eso, lo que llegó por estos lados a colonizar en su gran mayoría era mediocre, lo que botó la ola. Mala genética por todos lados y ahora explota por todos lados, especialmente en los salones del Congreso.

: : Escribir y escribir



Me baje del cielo y me puse a escribir canciones. Malas canciones. Sin música. Nada de música. Solo silbidos, bocinas y sirenas del samu. Canciones que liberan el alma y se llevan a la tumba las tristezas.

Santiago es una ciudad desconocida para mí. Una ciudad que tiro al olvido todos los hermosos espacios que tenían significado real. Donde el mármol era mármol y no imitación. 

Me baje de la nube y me puse a escribir poemas enamorados. Llenos de sentimientos y emociones. De esos que me ponen todo tierno por dentro. De esos que sacan suspiros si van acompañaditos de una rosa. Poemas en versos perfectos donde las rimas riman, y los acentos y las comas están puestos en el lugar preciso.

Me senté en una mesita redonda de cubierta verde, robe una servilleta y seguí escribiendo. Escribí nombres de personas que se me estaban empezando a olvidar. Llene la servilleta por ambos y lados y tuve que partir a robarme otra. Esta vez trate de dibujar los labios que he besado, pero me dio pena. Me sentí solo. Me sentí miserable.

Entonces me pare de la mesa redonda con cubierta verde, y trate de volver por el camino que me había traído hasta ese lugar para ver si encontraba la misma nube de la que me había bajado, pero ya no estaba. Se había ido. Quise volver al cielo del que me había bajado, pero ya no estaba la escalera, se la habían llevado. Alguien la había escondido.

Sin tener como regresar al lugar celeste donde estaba tranquilo, no me quedo otra mas que quedarme. Aceptar la realidad. Seguir robando servilletas para escribir mis canciones y poemas sin música ni rosas rojas que las acompañen. Seguir sacando mis palabras que no significan nada para nadie. Pero que para mi son todo. 



: : Soñar



Agarré mi bolso y partí de visita al campo. Me baje del metro y salí de la estación. No tenía la menor idea de donde estaba, sin embargo iba contento, y no negaré que también un poco nervioso. Caminé unos pocos pasos y llegué donde estaban estacionados los buses rurales. Mi periplo aún no terminaba. Como es la tendencia moderna de las estaciones, en unas pantallas grandotas estaban anunciadas las salidas y los andenes. Me sentí internacional. De mundo.

A la misma hora en que abordaba el bus, un montón de personas, hombres, mujeres y niños subían de vuelta a sus hogares. No son pocos quienes han escapado de la ciudad para los suburbios campestres. No los puedo criticar. Es una decisión que toma un montón de agallas.

La ciudad para mi es algo que me atrae demasiado. Soy citadino de tomo y lomo, sin embargo, esta  escapada al campo me hizo replantearme un montón de cosas. La ciudad ya no es lo mismo que era antes. La ciudad se ha vuelto inhóspita. La ciudad se ha convertido en una bestia devoradora de sueños.

No se puede vivir sin sueños. Ellos son como el aire, como el agua. Necesarios. Imprescindibles. Los sueños son ese motorcito que nos mueve y nos motiva. Que nos levanta. Que nos ilusiona. Además, los sueños son de las pocas cosas que van quedando que no se venden en las aceras de la Alameda. No tienen precio, son únicos y personales.

A veces los sueños se hacen colectivos. A veces son compartidos. A veces, son tan poderosos que crecen en los demás y se irradian como el calor de una estufa.

Al final llegué donde iba sin inconvenientes. Disfruté del viaje.  Soñé en mi asiento todo el viaje. Soñé en silencio. Como ya dije, soñar no cuesta nada, y hoy, sueño contigo. Te sueño a ti.