: : Los mutantes


Los ataques de pánico son cosa seria. En lo personal, no me consta, sin embargo recuerdo no hace muchos días atrás a una compañera de trabajo quien colapsó ante la presión. Lloraba, le faltaba el aire. A mí también me falta el aire a veces. Pero no es por el pánico, sino por la falta de ventanas.

Antes, hace un par de años atrás, mi escritorio se encontraba en una oficina en un veinteavo piso. Teníamos dos ventanas, y la mía daba hacia la bahía. Pero nos mudamos a un edificio más moderno, más cómodo. Lamentablemente para mí, en el cambio perdí mi ventana y mi vista a la bahía. Ahora no tengo ventanas grandes, hay unas cositas flacas que dejan entrar la luz a goteras.

En el otro edificio, al igual que en este, las ventanas no se abrían, sin embargo, teníamos un balcón donde se refugiaban los fumadores a cometer sus indulgentes pecadillos. Yo iba solamente para respirar un poco de aire fresco; acá no tenemos balcón.

Como les decía a veces me falta el aire pero no por el pánico, gracias a Dios nunca me han dado de esos ataques. Deben ser molestos, incómodos, inoportunos. Los ataques siempre llegan por sorpresa y no son agradables. Los malos siempre se lo pasan atacando. Esperan agazapados y se lanzan por la espalda. Es la naturaleza del ataque, debe ser por sorpresa. Por eso me cuido, para que los que me quieren atacar no me sorprendan. Claro que no siempre se puede. Hay veces que no pongo atención.

El ataque de pánico de mi compañera me sorprendió, ya que si uno hace todo mal, lo más probable es que nos despidan; el pánico entonces es en sí la sorpresa. Ella no lo estaba haciendo bien y colapsó. Le cayó el susto a perder el trabajo. Como podemos ver, el ataque se hubiese controlado haciendo bien las cosas. Eso es todo. Andando vigilantes. Mi papá decía, durmiendo con un ojo abierto.

Si hacemos las cosas mal nos ponemos a la merced de cualquier ataque, ya sea de pánico o de cualquier otra índole. Por eso, lo mejor es hacer las cosas bien. Cuidarnos. Andar siempre previsores. Reconozco que no siempre se puede, sin embargo, no hay peor diligencia que la que no se hace.

Ahora me está faltando el aire, y no es por el pánico sino por la falta de ventanas que se abran. Sin ellas no entra aire fresco. El aire que respiro es reciclado. No tengo nada contra el reciclaje, claro que no se si reciclar el aire sea muy positivo que digamos. Acá debemos estar llenos de gérmenes flotando y reciclándose en quien sabe que nuevas especies. Horror. Mutaciones por doquier. No me gustan las mutaciones, ni tampoco los mutantes.



: : Yoga para calmar el bolsillo


El alcoholismo es una terrible enfermedad. Ser trabajólico también. No es normal que las personas dejen su vida en sus escritorios. Mi señora dice que yo lo soy, "pero no es por gusto" le digo, es por obligación. Los tiempos modernos no han sido diseñados para el descanso. Las cuentas se acumulan y hay que pagarlas. La modernidad tiene un precio. Uno alto, y lo peor es que no hay reembolsos.

En mi viaje diario en bus, tren y bus a mi oficina pienso y pienso en cómo poner fin a este ciclo de trabajolismo que me sofoca. No se ve fácil la cosa. No es sencillo un escape y sin dinero en la bolsa no es fácil dibujar una salida.

Estamos entrenados para vivir de una manera que es suicida. A desgastarnos hasta más no poder para finalmente dejar nuestro último aliento, o dinero en una funeraria.

Mi jefe se preocupa de mí, y para que este bien me regala yoga, una maravilla. Claro que sin ser malagradecido, lo primero que se me viene a la cabeza es otra cosa y le digo que "preferiría un aumento de sueldo".

De loco que soy se me ocurre la idea de que si ganara más, la cosa tal vez sería más relajada, armoniosa, despejada, pero rápidamente recuerdo que el ultimo aumento solo me trajo más horas de trabajo, mayores responsabilidades, menos tiempo para la familia y para mí. El último aumento me trajo más deudas y menos horas de sueño.

Entonces voy y cambio mi discurso. "Gracias por el yoga jefe" digo entonces, claro que antes de que la dicha me inunde, me entero de que ese tiempo lo tendré que reponer. Horror, al final el yoga sale de mi bolsillo. En este mundo moderno uno nunca gana.

: : Cerca del espacio sin tiempo

Me hablas desde adentro
sin dobles tintas
sin residuos callejeros
ni abrazos de consenso
sin palabras escogidas
ni con olor a vino
- verdad que no te gusta el vino

Las confabulaciones del medio
son el llamado a partir
a exiliarse en otros nortes
otros paseos y otros tranvías

Debemos mirar hacia otros mares
distintos a los que nos bañan
buscar ahora antes de que sea tarde
más tarde

Camino entonces
con los noventa grados sobre mi cabeza
no soy automovilista sino un peatón
buscando la sombra
cada paso que doy es un paso menos
un día más cerca del espacio sin tiempo.

: : Cuando llueve en Miami

Los días lluviosos no son escasos en el verano tropical. Por el contrario. Están presentes casi a diario. Cuando uno menos espera, aparece una nube. A veces grande, otras pequeña. Las nubes, igual que casi todas las cosas en la vida, vienen en distintos tamaños.

Pero la lluvia no es un problema en sí. Andar sin paraguas en un día lluvioso, bueno, eso es otro asunto. Una molestia. Un lamentable descuido. Pero al igual que las nubes grandes y pequeñas, los descuidos pasan y no hay como evitarlos, sólo queda asumirlos.

Aceptada la realidad del día lluvioso y sin paraguas, no queda otra cosa más que seguir adelante. Tratar de no pensar en ellos. Desconectarse y mirar hacia delante. Es así como mejor se superan los pequeños e incontrolables baches que depara la fortuna de cuando en cuando.

Como ya es sabido, generalmente me muevo de un lado para otro utilizando el transporte público ya que en algún minuto de mi vida, pasados los ticinco, se me quitó el gusto por manejar. No manejo por una opción personal, nada de ecología, sólo paz mental. Me gusta ir en el asiento del pasajero. Me gusta andar de paseo. Disfruto viendo todo eso que de ir al volante me perdería.

En todo caso, el sistema público de transporte de la ciudad de Miami debe estar entre los peores del país. Es malísimo. Una vergüenza. No por la calidad de los buses o carros del tren, sino porque llegar de un lado para otro es una verdadera hazaña. La continuidad es para la risa. Las conexiones son nefastas. El servicio es deficiente. ¿La razón? Supongo que por ahí dirán que no hay dinero. Alguien se guardo los medios centavos que se recolectaron por años. El dinero se usó en cualquier cosa menos en mejorar nada.

En general las cosas son así en todos los niveles. Por más que se busquen los sistemas perfectos, mientras haya personas detrás, siempre tendremos errores y horrores. Abusos y más abusos. Al parecer, hay quienes pueden tener de todo, pero su respeto por los demás deja mucho que desear.

Como ya dije, el sistema de transporte público es malísimo, pero algo aún más terrible es que, con todo los que llueve en esta ciudad, la mayoría de los paraderos no tienen techo. No hay nada que proteja a los pasajeros mientras esperan. Nada. Una pena, en especial cuando uno sale sin paraguas, en ese caso, la cosa se torna realmente molesta.

: : El enfermo es el sistema

El viernes pasado lo pasé casi por completo en una ruidosa sala de emergencias. Semi desnudo cubierto apenas por una batita de color verdoso y abierta por la espalda. Por suerte mantuve mis calzoncillos azules y mis calcetines. Un poco de dignidad ante todo. Semi desnudo pero digno.

Las camillas estaban separadas por unas horribles cortinas, casi tan feas como la batita. Se escuchaba todo. Al lado había una señora cubana que acompañaba a su marido a quien lo habían operado hacía poco y cuya herida se había abierto. En medio del dolor se daban el tiempo de entretenernos con sus comentarios llenos de regionalismos muy graciosos.

Al otro lado, un viejo pesado que se había auto recetado internarse y que no aceptaba las conclusiones del doctor de turno. Alegó por todo. Un tipo muy desagradable. Llamó a la administración del hospital y no se fue, a pesar de que ya le habían dado el alta, hasta que vino el administrador a escuchar sus reclamos. Los enfermeros querían aplicarle un enema, pero el doctor no los había dejado.

Volviendo a lo mío, después de un largo día de exámenes y más exámenes me mandaron a la casa con el mismo malestar con que había ingresado horas antes. La única diferencia fue que me mandaron a ver a un especialista. “No podemos hacer nada hasta que lo haya visto un especialista” me dijo el doctor de turno. Le pregunté al galeno porqué siendo ese un centro de estudio perteneciente a la universidad, y habiendo tantos especialistas en el lugar no contactaban con alguno para que me viniera a ver en orden a solucionar cuanto antes mi malestar. “Hoy es viernes y nadie va a dejar de hacer sus cosas para venir a verlo” respondió.

Con el mismo dolor, molesto, desilusionado y hambriento abandoné el lugar. Lo único que había logrado es que me escribieran en un pedazo de cartón el nombre y teléfono del especialista a quien debía contactar. Llamé de inmediato y nada, ya habían cerrado y debía esperar hasta el lunes.

Lo primero que hice el lunes fue arreglar lo de mi seguro médico, ya que al igual que más de cincuenta millones de personas en el país no tenía uno que me resguardara. Hice todas las averiguaciones y contraté uno que más o menos acomodaba mis necesidades. Por supuesto, no entré al sistema de forma inmediata como yo quería, claro que aún no lo sabía.

Inmediatamente después de haber solucionado lo del seguro llamé al “especialista” para pedir hora. La secretaria me atendió con una frialdad y pesadez dignas de algún tipo de premio de la academia. Anotó todos mis datos y finalmente me dio una cita para dentro de un mes.

- ¿Un mes más? Dije sorprendido.
- El doctor no puede verlo antes de esa fecha, respondió pesadilla.
- Pero si yo ya no soporto el dolor.
- Si es así, debería ir a la Sala de Emergencias.
- Ya fui a la sala de emergencias – dije con tono molesto -, y ellos me dijeron que llamara al doctor.
- ¿Tiene seguro? Preguntó.
- Sí. Lo saqué esta mañana respondí.
- Por eso no me aparece en el sistema – dijo -, deme de nuevos sus datos.

Tal y como pesadilla pedía le repetí todos mis datos más los datos de mi nuevo seguro. Pasaron algunos segundos y el milagro vino, la agenda del doctor se abrió por completo al punto de que me dió una cita para el día siguiente a lo que respondí. No gracias, buscaré otro especialista.