Cuando don Ricardo concesionaba el país, yo no estaba aquí.
Vivía en otro lado, lejos. Me perdí el show. No lo viví, y si lo viví, no puse
demasiada atención. Eran otros tiempos en todo caso. Durante su mandato, nació
Wikipedia, se descubrió el gen que desencadena en el cerebro el inicio de la
pubertad, nació mi hijo, falleció mí mamá.
Don Ricky, a diferencia de mi querida Michi, se las llevó
peladas. No lo molesté. No lo agarré pal leseo. Me porté bien. No pescaba. Pero
hoy no es así la cosa. Ahora si pongo atención, y leo. Leo mucho. Leo
montones. Don Ricky, diga lo que diga, no me da confianza. No le creo. No se la
compro. La Michi es maternal, usted me da mala espina. Es como esos profesores
a los que uno teme y odia. Es un pesado. Un plomo, no sé si en saco.
Don Ricky es arrogante y soberbio, me tinca que es mala
leche. Más de lo mismo. No creo que sea lo que necesita el país. Otro que me da
mala espina es el Tatán, el hermano del negro. Con sus bracitos cortos y
sonrisa falsa, sus relojes de correa naranja. Es un cara dura. Pero siendo
honesto, todos estos gallos lo son. Son unos cara de raja. De servicio público
saben poco. A menos que su público sea otro, en ese caso, estamos mal nosotros.
¿Saben cabros? Lo que el país necesita es gente nueva.
Ciudadanos comunes y corrientes, de esos que conocen la realidad de sus vidas y
la de sus vecinos. Que compran en almacenes y andan con las lucas justas.
Ciudadanos independientes que andan en Transantiasco. Ellos son los que
necesitan la oportunidad. Necesitamos gente que esté cansada de este zoológico
patético que es la política nacional. No se quienes le dicen a don Ricky que
vuelva, claramente, no fui yo.