: : Un viejo perro

Tengo un par de amigas japonesas que me caen muy bien. Les gustan las ensaladas y una de ellas baila salsa como loca. Le gusta. Lo disfruta y cada vez que puede lo hace. Una niña encantadora. Finita. Apenas se le escucha cuando habla. Una ternura. Nació en Tokio; una tremenda ciudad. Moderna. Energética. Llena de personas de todos lados. Treinta y dos millones para ser más exactos. Una locura. Muy estresante me comenta mi amiga.

Las ciudades grandes son sin duda mágicas. Atractivas. Interesantes. Uno puede deambular por ellas sin cansarse descubriendo cosas entretenidas. Pero a veces lo mejor no está ahí. La vida en lugares más pequeños, remotos, aislados puede llegar a ser mucho mejor.

A dos horas en tren de Tokio, hay una pequeña ciudad llamada Sakura. En ella hay poco más de once mil habitantes. La vida ahí es mucho más tranquila y provincial. En esta ciudad acaba de morir un perro. Un gentil can que tenía una particularidad, era el más longevo del mundo. A su haber tenía 26 años. ¿Cómo llegó a vivir tanto? Posiblemente la vida tranquila y de aire descontaminado. La buena alimentación y el ejercicio. En general, los orientales son conocidos mundialmente por ser amigos de lo sano. Nada malo con ello.

En las grandes ciudades no nos preocupamos de esas cosas hasta que generalmente es demasiado tarde. Nos cuidamos cuando ya estamos enfermos y no a modo de prevención. No somos prudentes ni previsores. Nos creemos súper, lo más grande, invencibles.

Pesuke, así se llamaba el perrito, era además un quiltro. Una cruza. Un mestizo. No era de raza pura. Tal vez había guardado para sí lo mejor de sus ancestros. Sin duda era muy querido y bien cuidado. En general la mayoría de los perritos lo son.

Asumo que en la vida de este can se deben haber juntado todos estos elementos y más. La tranquila y sana vida de pueblo, la comida sana, el amor de su dueña. Veintiséis años para un perro no son poca cosa. En tiempo de humanos estamos hablando de más de ciento ochenta años. Una locura. Algo inalcanzable para ningún humano, especialmente en las condiciones actuales del planeta.

A la hora de almuerzo le preguntaba a unos amigos que harían si tuvieran la oportunidad de hacer cambios radicales en sus vidas y en general, ni uno dijo irse de la ciudad. Alejarse al campo. Partir a la montaña. Asumo que en general, esa alternativa no está dentro de las primeras cosas en nuestras mentes. Posiblemente, yo tampoco habría considerado ninguna de esas posibilidades. En general, el primer cambio que a todos se nos viene a la cabeza es ganar más dinero. Trabajar por poca plata, eso sí que es vida de perro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pablillo, genial...
Cómo empiezas, (dos japonesitas y las grandes ciudades), por dónde conduces a quien lee (las ciudades pequeñas), la primera lección (el perrito más viejo del mundo, muere en una pequeña villa) y rematas con un gol de altura: todos pensamos en nuestra desgracia, que es ganar dinero para lo cual hay que vivir una vida de perro, y por nuestra cabeza no pasa irnos a vivir al campo o a algún lugar pequeño, remoto, desconocido.

Octavio Guerra Royo dijo...

Bueno, no es necesario mudarse. Mi perro vive en medio de Miami pero yo lo envidio de todo corazón. No tiene que trabajar ni mantener una familia ni estar 16 horas al día frente a una pantalla de computadora o teléfono ni preocuparse de los bills ni darle mantenimiento al carro ni indignarse por lo dicen las noticias ni estresarse por nada de lo que nos ocupa el día, las semanas, los meses y los años hasta que dejemos este mundo. Por demás, es, en realidad, mi amo: debo alimentarlo, bañarlo, cepillarlo, sacarlo a que haga sus necesidades, pasearlo en el carro, buscarle pareja, pagarle el veterinario y las vacunas, comprarle shampús, vitaminas, arreos, ropa de invierno, camas... ¿quién dijo que el perro es el mejor amigo del hombre? Soy el mejor esclavo de mi perro.