: : No se equivocó el zorzal

Entre dos árboles, esbelto como columnas se encuentra un caballero burgués. Sombrero de copa y bastón en una mano, mientras que en la otra sostiene una taza. No puedo menos que pensar que en su interior contenga Té. Un bigotito fino y peinado engominado. Sobre su cabeza, cuelga un reloj de bolsillo. Una saboneta antiquísima y sin cadena que marca las doce. En una de las ramas del árbol de la derecha descansa o tal vez asecha una serpiente. A los pies del otro macizo, un felino salvaje. De fondo un mapa de alguna parte del planeta que no puedo definir. Es un mapa viejo, tanto como la apariencia del caballero del centro. El tipo se ve elegante y distinguido, a pesar de que en la actualidad seria tomado como cochero de calesa o portero de hotel de cinco estrellas.

Lo que les describo es una ilustración que acompañaba a un poco interesante escrito sobre Diderot, un renombrado filósofo de la ilustración. La verdad es que el dibujo me trasportó mucho mas que el escrito en sí. Me permitió dejar volar mi imaginación hacia otros lugares. Me hizo pensar. Lo que me pasó fue algo así como las películas actuales en que los efectos especiales nos llenan más la mente que el guión. De hecho, muchas de estas películas carecen de uno por completo. Triste. Las percepciones de todas las cosas han ido variando hasta un punto en que a veces nos encontramos entre mensajes sin sentido que no enriquecen y que se dilatan.

Esto me pasa muy seguido lamentablemente. Los intelectuales se vuelan escribiendo. Usan las palabras más difíciles y mientras más complicado sea lo que entregan, mejor. La idea es dejar en claro que saben mucho y los demás no. Si se entiende lo que escriben da lo mismo. La idea es que no sea entendido. Por otro lado, la carencia de mensajes también es otra realidad de nuestro súper siglo veintiuno. Gardel lo dijo, el mundo fue y será una porquería… y en el dos mil también. No se equivocó el zorzal.

El problema de la falta de mensajes contundentes y enriquecedores es que allá afuera está lleno de jóvenes que no tienen idea de lo que quieren ni hacia donde van y que ven en Mtv los modelos que deben seguir. Les dicen cómo deben vestirse, lo que deben comer o beber, como deben caminar y hasta como deben hablar. Una lástima. Cada vez son menos los jóvenes que quieren perseguir una carrera o que tienen intenciones de cambiar algo. De hecho, no se dan cuenta de que no están en nada ni de que la vida pasa y que el tiempo perdido no se recupera. Lo más triste es que muchos padres están en la misma onda que sus hijos. Consumidos por el consumismo y por la descomunicación.

Debo reconocer que fui un afortunado de haber crecido en los setenta y ochenta. Creo que esas fueron las últimas buenas épocas. Ricas en retos y fuertemente creativas. Ahora que ya estoy en mis cuarentas, me doy cuenta de que de los noventa para adelante la cosa como que se enfrió. Cómo que se enfriaron los corazones y se bloquearon las mentes. Vivimos en la generación Nintendo. La generación Ipod, Ipad, Iphone. Gracias Steve Jobs por tus regalos de reclusión en el yo. Alguien escribió en feisbuk el otro día que lo mejor de ese medio era que había logrado que las personas volvieran a hacer lo que antes hacían en la calle, interactuar. Tenía toda la razón.

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