: : El pillín de Weisman

Saliendo desde el lobby del edificio donde trabajo me topé con una situación extraña. Un helicóptero se encontraba detenido justo sobre mí, o mejor dicho nosotros, ya que no me encontraba solo. Estático. Haciendo el típico y desagradable ruido que hacen estos aparatos. Ese que no les permite pasar inadvertidos. De inmediato comenzamos todos a preguntarnos qué había pasado.

Rápidamente pude notar que a mí alrededor casi todos comenzaron a consultar sus teléfonos móviles en busca de respuestas al pequeño enigma que revoloteaba sobre nuestras cabezas. Las páginas de noticias no tenían respuestas. La incertidumbre continuaba. Se mantenía. Crecía. Por mi parte no busqué nada. Mi celular tenía poca batería y no la gastaría en algo que, pensé, pronto alguien tendría la respuesta. Me quedé quieto mirando a todos a mí alrededor, y por supuesto al cielo, donde estaba el asunto. No todos los días se tiene un helicóptero detenido sobre la cabeza, eso está claro. Comenzamos a caminar y el aparato volador se mantenía quieto en su posición. A poco andar, notamos que aparecía una segunda nave por detrás de los edificios que, un poco más alejada, también se quedaba estacionada en su posición. Definitivamente nos dijimos, algo había ocurrido.

Como ya dije, los celulares no tenían respuestas sobre qué era lo que estaba pasando en el downtown. Todos miraban para todos lados a ver si por alguna parte encontraban algo que diera luz a nuestras dudas. Se produjo un silencio. Nadie hablaba. Al parecer nos habíamos cansado de tirar posibles situaciones que ameritaran dos naves detenidas en el cielo de Miami. Claramente no podían ser turistas paseando. Eso quedó fuera de inmediato. ¿Qué turista va a pagar para un paseo que no va a ninguna parte? Pensándolo bien, conociendo la naturaleza humana, de más que encontramos a alguien que pague por algo así. Entonces llegamos a la estación del tren. La plataforma donde se aborda estaba repleta. Para variar el tren venía atrasado. Nos siguen sacando dinero para mejorar el sistema de transporte público y la cosa va de mal en peor. Increíble. Mientras esperábamos pacientemente que pasara el tren, entre broma y broma, seguía mirando a ver si encontraba respuesta al enigma de los aparatos voladores detenidos sobre el downtown pero, nada. Seguían parados donde mismo. No había respuestas. Mientras tanto, todos a mí alrededor tenían algo entretenido que hacer. Yo como de costumbre los observaba.

Ya en el bus, traté de escuchar lo que hablaban a mí alrededor a ver si alguien sabía algo del misterio pero nada. La mayoría contaba de cómo habían encontrado los autos escarchados en la mañana y de cómo nunca antes habían visto algo así en la ciudad. Fastidioso. Todo el día había escuchado lo mismo por todos lados de la oficina, al almuerzo, al lado de la copiadora, mientras me servía un cafecito. A esa hora el asunto ya era un martirio. Pero en fin. Cerca de mí se encontraban tres mujeres. Dos de ellas eran compañeras de trabajo y le hablaban a la tercera respecto de su jefe, un abogado de apellido Weisman. Al parecer, el jurista acababa de contratar una nueva secretaria. Hasta ahí todo bien, el detalle que inspiraba a las dos mujeres es que los frescolines se conocían de antes. “No lo puedo creer” les decía su amiga con los ojos bien abiertos y con una sonrisa pícara en los labios. Por supuesto que la cosa no quedó ahí. La conversación continuó y comenzaron a aparecer las suposiciones de romance. “La nueva no hace nada en todo el día”, “Se encierran por ratos largos y Weisman no toma llamadas”, “ella no sabe nada de nada”, “se van juntos todas las tardes” y demases. Por lo oído parece que el abogado es un pillín de primera línea.

Tonto Weisman de traerse a la amiguita a trabajar con él. ¿Acaso no sabe que es pésima idea meterse con los compañeros de trabajo? Parece que no. Cuando se es jefe parece que esa parte del cerebro se congela igual que los cristales de los autos en la mañana. Hay jefes que definitivamente no creen en el sentido común. Algo les falla. Posiblemente les queda grande el puesto. Hace tiempo aprendí que cuando se arman romances en el lugar de trabajo por lo general terminan mal. De paso, de los helicópteros parados sobre el downtown nunca más supe ya que el cuento de la nueva secretaria del abogado me mantuvo entretenido por un buen rato, tanto así que casi sin darme cuenta, ya había llegado a mi casa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Pablo:

Ya sabemos que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Normalmente, sólo aquellos que se vuelven prominentes, de repente se creen superiores a los demás y se dan la libertad de pasar por encima los principios morales para actuar según su gusto y antojo, como Tiger Woods con sus historias mujeriegas, por ejemplo. Pero ahora vemos que un jefecillo común y corriente de cada día se puede dar los mismos lujos - impunemente, pero, ¿hasta cuándo?

Saludos,

Michael

Anónimo dijo...

Por cierto, también vi los dos helicópteros estáticos en el cielo, pero desde el balcón de nuestra oficina.

Saludos,

Michael