: : El pez en el vagón

Algo realmente para la risa y a la vez triste fue el encontrarme a primera hora con la noticia de que un par de brillantes pescadores habían paseado con su presa por el pequeño tren azul que se mueve por las alturas de Miami. La presa no era cosa poca, era un tiburón de casi dos metros. Imaginemos. Las puertas del pequeño vagón se abren y ahí estaba el escualo tirado en el piso. Algunos testigos del macabro y a la ves insólito evento dijeron que el pez aun movía sus agallas.

Nadie hizo nada al respecto. Nadie se pregunto que hacía ahí esta presa. El par de avezados pescadores habían decidido ir a vender su trofeo a algún restaurante de la zona por la módica suma de 10 dólares, y para eso nada como viajar en el trencito.

La crueldad del par de pescadores no tiene nombre. En tiempos de crisis se ven este tipo de actos inhumanos, absurdos, inconcebibles. En ocasiones, en tiempos de crisis, se ve lo peor de las personas. La estupidez llevada a su máxima expresión.

¿Qué se les habrá pasado por la cabeza al parcito de oro? Quien sabe. Posiblemente eso nunca lo sabremos.

En muchas ocasiones me ha tocado viajar en estos pequeños trenes azules. La vista es hermosa, sin duda fueron hechos pensando en los turistas. Una plataforma, un pequeño observatorio móvil. En espacio para la fotografía y un poco de aire acondicionado.

Una vez, viajando en el trencito este, me tope con una disputa de pareja. Ella lloraba. El fumaba. No se puede fumar en estos vagoncitos, sin embargo el ofuscado hombre fumaba. Ella tenía muchos aros y tatuajes. Rosas, llamas, nombres. El no se quedaba atrás en el departamento de arte, claro que los suyos eran bastante menos prolijos. Sus tatuajes habían sido hechos por un mal tatuador. El fumaba y caminaba de un lado para otro. Ella lloraba. Yo iba sentado al otro lado del pequeño vagón. Era tarde, el cielo se oscurecía al este, mientras que por el oeste aun se podía ver colores rojos, naranjos y amarillos en las nubes. El sol aún no se había ido por completo. La vista desde mi carro era hermosa.

Generalmente uno no se mete en las peleas de pareja. Siempre me han dicho que eso es mala idea. Así es que no me metí. No pregunté nada. Trate de hacerme el desentendido, hacer como que nada pasaba. Miré para otro lado. Ya les mencione las nubes de colores que se podían ver por el oeste. Eso miré. Se veía hermoso. Lo otro era extraño y era mejor no meterse. En las peleas de dos, el tercero siempre sale mal.

Eso fue bastante raro para mí. Claro que en nada se compara con viajar al lado de un tiburón que agoniza. Estar cerca de cualquier ser viviente que agoniza es, por decir lo menos, duro.

Quienes viajaban en el carro azul no hicieron nada. Se corrieron al otro lado para dejarle espacio al moribundo escualo y a sus dos desastrados acompañantes. No los puedo juzgar. Supongo que yo, por atroz que parezca, habría hecho lo mismo. En estos tiempos casi todos nos hemos ido deshumanizando. Cuando lo vemos en la televisión siempre decimos lo que hubiéramos hecho, pero la verdad es que la gran mayoría no habríamos hecho nada. Ahora la policía busca al parcito. Quieren hacerle algunas preguntitas. Quieren conversar con ellos para saber como fue que pescaron al tiburón. Lo más probable es que quieran saber que anzuelos deben usar la próxima vez que salgan a pescar.

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