: : El premio de consuelo

Desde mi ventana puedo ver la bahía. También puedo ver la estrella roja de Macy’s y las azoteas de los edificios del centro de la ciudad cargadas de un toque melancólico.

A veces puedo ver un crucero darse la vuelta en la bahía. La vista es entretenida. Siento que me la he ganado. Una oficina con vista a la bahía es un premio de consuelo agradable. Por lo menos cuando me canso puedo alejar mí vista de los monitores y mirar hacia afuera. Hacia la bahía.

Desde la altura todo se ve pacifico. Sin embargo acá todos estamos que nos pegamos un tiro. Este trabajo es un poco como camina sobre una cuerda floja. Siempre estamos con esa sensación de que cualquier pequeña brisa nos tirará para abajo, Y ahí quedaremos reventados en la acera frente a la corte. Con suerte el día que caiga le reviento encima a un chupasangre.

Hoy no hay una sola nube en el cielo. Se ve precioso. Sin embargo hay veces en que se ve aterrador. Hace algún tiempo vino una tromba de viento que entró desde el balcón que da a la escalera de servicio y boto todo lo que había en el lobby del piso, mientras afuera llovía furiosamente. Como todo en la vida, hay días despejados y otros nublados. Desde mi ventana los puedo disfrutar todos. Claro que eso es cuando me canso de mirar los monitores. Mi premio de consuelo.

Me lo merezco. Es mi premio. Una vista a la bahía, con días nublados y otros no tanto.

El viaje para llegar a la oficina es otro cuento. También es un premio. Especialmente cuando lo comparo con la soledad de ir detrás de un volante, conduciendo un vehículo que se mueve a dos por hora. Lo que es yo, viajo en bus y luego tomo el tren. Una hora de ida y otra de vuelta. No está mal. Manejando sería el doble o tal vez más.

Eso si que no se si lo merezco o no. Puede que no. Puede ser que merezca un trabajo más cerca de casa. Una hora extra al lado de mi familia sería un buen premio. Al menos el paseo en bus y en tren a veces es entretenido. Con el tiempo que paso en el viaje este ya conozco de vista a un montón de personas. Nos saludamos con un movimiento de cabeza y una subida de cejas. A veces hasta utilizamos palabras. No muchas. Un simple “hola".

Pero volviendo a mi ventana con vista a la bahía, no les había dicho, pero de noche, cuando el sol se ha ido a enterrar en el horizonte, la vista cambia radicalmente. Se llena de luces y de color. Una belleza, especialmente si a uno le gustan las luces de la ciudad. La noche tiene algo especial. La ciudad de noche es especial. A veces me toca quedarme hasta tarde en la oficina. Mi premio de consuelo es ver los brillos de la ciudad reflejarse en la bahía desde mi ventana.

Creo que soy afortunado.

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