: : La sicosis de los viernes

Con esto de la crisis económica, la empresa en donde trabajo no se ha querido quedar atrás y, si bien es cierto todas las semanas contratan gente nueva, cuando llegan los viernes siempre hacen desaparecer a uno o dos de los más o menos viejos. Tanto es así que cuando llega el viernes se puede sentir un ambiente raro en los pasillos y en la cocina. Algo así como lo que se siente en la sala de esperas de una Sala de Emergencias.

Es cosa sería ese efecto, y estoy seguro que todos lo hemos sentido mas de alguna vez en la vida. Tanto es así que cuando regresamos del almuerzo de los viernes (que por supuesto se alargo poco más de una hora), nos quedamos un grupo de colegas parados en la vereda al frente de la entrada principal del edificio. Siempre hacemos lo mismo. Como ya no se puede fumar dentro de los edificios, este es el momento en que los fumadores aprovechan de fumarse un par de cigarritos.

En eso estábamos cuando una compañera de trabajo entró al edificio. Iba caminando rápido y con cara de molesta. La salude y no me dio ni la hora. Siguió de largo sin decir una palabra. La brisa fresca del aire acondicionado nos llegó por unos segundos y la puerta eléctrica se cerró detrás de ella.

Hasta ahí no pasaba nada especial. Alguien comentó que podía ser que iba apurada después del almuerzo o que estaba con su visitante de todos los meses. Ustedes saben a qué me refiero.

Seguimos en lo nuestro, mirando a todos los que pasaban frente a nosotros y haciendo uno que otro comentario sobre la forma en que caminaban, como iban vestidos, si eran deformes, etc. Pequeñas trivialidades para después del almuerzo.

En eso la mujer que les mencionaba salió arrastrando un carrito en donde llevaba, lo que pensamos eran cosas personales. Me miró y juro que vi que iba llorando, por ahí me han dicho que no fue así pero que le vamos a hacer, le pone más sabor a la historia si iba llorando que si no. En todo caso, en ocasiones anteriores me he equivocado, y quién sabe si esta haya sido una de esas.

La cosa es que salió con su carrito detrás de ella y se fue hacia el estacionamiento de al lado del edificio. Hubo un silencio, no sabría si largo o corto, lo que si se es que fue un silencio. Tragamos saliva y casi al unísono dijimos “la echaron”.

Como si fuera poco, no alcanzaba a terminar esta escena cuando por el otro lado del escenario aparece la mejor amiga de ella quien venía caminando acompañada del mero mero, quien venía algo así como explicándole algo, al menos eso fue lo que imaginamos todos.

Ya con todos estos datos en la libreta, quedamos todos convencidos de que había uno menos en la oficina. Un escritorio más había quedado disponible. Un cesante más a las calles de la ciudad. Horror. De solo pensar que ni uno de nosotros está exento de esta nefasta posibilidad me sube un hielo por la espalda que me hace estremecer.

El asunto es que todas nuestras horrendas reflexiones no fueron ciertas. Nos habíamos equivocado medio a medio. A diferencia de otros viernes en la oficina, este viernes nadie había sido despedido, y todo había sido un extraño caso de situaciones desconectadas que al ser ligadas por un grupo que venía recién de almorzar, y muy creativos debo agregar, tomaron un giro equivocado. No pienso volver de nuevo a ese restaurant.

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