: : Un asunto de seguridad

Hoy día el trafico estaba bastante expedito, así es que llegue a la estación del tren con tiempo de sobra. Mi estación es la penúltima, y desde la plataforma se puede ver si el tren del sur viene o no. Miré y noté que no había tren alguno en la otra estación, así que me avivé y me subí en el carro que iba partiendo en esa dirección. Me senté cómodamente y partí en mi viaje de todos los días feliz de mi viveza. Ya en la última estación, o primera en este caso, vi como el vagón se llenaba con rapidez. Me tome el tiempo de mirar con cuidado a cada uno de los que en él entraban.

Es bien sabido que desde la caída de las Torres Gemelas, los medios de comunicación del país han realizado un magnífico trabajo manteniendo a la ciudadanía en un estado de paranoia permanente. Recién el lunes pasado atraparon en Carolina del Norte a seis o siete nuevos conspiradores que planeaban sendos ataques en contra de nuestra aplaudida democracia perfecta. No los iban a hacer en nuestro territorio, pero serían en contra nuestra. Horror. Ya se me había olvidado que el peligro acecha en cualquier rincón.

Desde la nefasta fecha de la demolición de las torres del World Trade Center, la seguridad interior tomó nuevas dimensiones. Se comprobó que no estábamos tan seguros en casa como pensábamos, y la cosa no se arreglaba con una simple llamadita a ADT. Ahora todos caminamos por las calles llenos de desconfianza. Los estereotipos ya fueron definidos así que a desconfiar se ha dicho. Tipos con barbas o sin ellas, de lentes oscuros u ópticos, o sin lentes de ningún tipo, que hablan con acento raro, personas que leen libros que no sean la Biblia, blancos, afroamericanos, latinos, asiáticos, indios, árabes, etc. Todos entran en el perfil del terror.

Con todo esto en mente miré cuidadosamente, como ya les había mencionado, a todos los que abordaban mi carro. Todos eran sospechosos. Todos ocultaban algún oscuro secreto. Todos tenían miradas que los acusaban de algo. Ninguno tenía cara de inocente. En eso vi a dos muchachas que corrían desde la escalera mecánica para no quedarse abajo del tren. Una de ellas traía una maletita de estas con ruedas. Un carry on como le dicen los más siúticos, de color gris oscuro. La que viajaba con las manos vacías contuvo las puertas de cerrarse para que su amiga lograra entrar. Ya adentro y con el tren en marcha se acomodaron. Una de ellas logró encontrar asiento, la otra debió quedarse de pié. Le habría cedido el mio, pero se fue hacia el otro lado, lejos de donde yo estaba y la perdí de vista detrás de un corpulento hombre con tipo de rapero que movía los labios, cantaba con los ojos cerrados, así que no piensen que no soy un caballero, ya que no es así. Lo soy, todo un caballero. Solo que esta no fue la ocasión idónea para demostrarlo.

Siguiendo con mi relato, noté que la maleta de la muchacha que viajaba sentada tenía aún la etiqueta que le ponen las aerolíneas donde aparece el destino y el nombre del pasajero. “Idana” era el nombre. No tenía cara de turista, y miraba nerviosa a todos lados. Sospechoso me dije, muy sospechoso. ¿Sería de ella la maleta o el nombre pertenecía a otra persona? ¿Qué había en ella? ¿Explosivos o suvenires? Preguntas y más preguntas. Mientras estaba en eso, el gordito engominado de guayabera que viajaba a su lado se paró y caminó hacia la puerta con la intensión de bajarse, entonces “Idana” llamó a su amiga quien velozmente caminó a sentarse. Sospechoso, muy sospechoso. Sería el gordito engominado de guayabera parte del complot. No lo creo. Si querían confundirme no lo habían logrado.

Ahora el parcito iban sentadas juntas. Una con maleta, la otra no. ¿Turistas? Dudoso. La música de Tool sonaba con fuerza en mi cerebro. Aún no encontraba respuesta a ninguna de mis preguntas y ya se acercaba mi estación. Me tocaba el turno de descender del carro. Me puse de pié y caminé hacia la puerta. Entonces, justo antes de bajar del tren me di vuelta, la miré con mi mirada James Bond y con voz ronca le pregunte: “¿Tu nombre es Idana?”. A lo que respondió, “Si, ¿Cómo supo?”. No se necesitaron más palabras. Me di vuelta y descendí del vagón. Ahora podía descansar. Me quedó claro que la maleta era de ella.

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