: : Después del resfrío

Me agarré un resfrío de miedo, de esos que lo tumban a uno, así que como era de esperarse me pasé el fin de semana en cama. Por suerte no fue la porcina, sino que sólo un resfrío común y corriente. Todo comenzó la semana pasada después del gracioso aguacero que me pilló sin paraguas. Esa misma noche empecé a sentirme mal. Lo importante es que aguanté hasta el viernes. En tiempos de crisis no es bueno faltar ni un solo día al trabajo ya que todos somos reemplazables. En todo caso, de más que gracias a mi valentía de aguantar parado y con las botas puestas mi resfrío sin faltar un solo día al laburo, más de un compañero de trabajo debe haberse contagiado. Pero eso no es mi problema. Lo importante es que no falté y que esta semana será corta. No me puedo quejar de nada ya que gracias al resfrío descansé. Me repuse. Creo que me hacía falta. Lo necesitaba. A veces hace bien parar la máquina y dormir. Es necesario. Es vital. El problema es que el resfrío aún no se me quita al cien por ciento pero que le vamos a hacer. Ese no es más que un detalle.

Al parecer después del fin de semana largo volvieron todos los automovilistas a la calle a la misma hora. El trancón en la 88 era gigantesco. Pasamos por lo menos diez minutos parados en el mismo sitio. Por suerte no llegué tarde al trabajo. En el auto de al lado iba una mujer que se secaba el pelo con una toalla. He visto de todo en mis viajes en bus. Mujeres maquillándose, comiendo, hablando por teléfono pero nunca a nadie secándose el pelo con una toalla. Eso no es nada, parece que después del descansado fin de semana volví más despierto, tanto así que me encontré dos dólares botados en la calle. Los vi de lejos. Me acerqué y los recogí. Me acordé de una vez que caminando con mi viejo nos encontramos cinco mil pesos botados en la calle y nos fuimos a cortar el pelo. Lo pasamos bien ese día.

Este feriado del día del trabajo fue especial por muchas razones. No sólo porque lo pase en cama durmiendo tratando de pasar mí resfrío, sino porque en medio de la crisis económica en la que nos metieron unos pocos banqueros desquiciados me siento afortunado de tener trabajo. Siempre pienso en que quiero algo mejor, y no me doy cuenta de que al menos tengo algo. Soy afortunado a pesar de que en ocasiones no lo veo así. Quiero más, a veces simplemente no es el momento. Hay que esperar. Alguna vez escuche a alguien decir que el problema que tenemos los sudamericanos en general es que fuimos colonizados por lo que dejó la ola. Colón se vino con lo que encontró. El proceso de selección de personal para sus tres carabelas fue bastante mediocre. Gracias a eso la mezcla que se produjo por estos lados dejaba mucho que desear. Claro que no creo que sea tan así la cosa. Cuando miro las revistas sociales europeas me doy cuenta que en la aristocracia también encontramos los mismos vicios que nos achacan y algunos peores. Mi señora se ríe de mí porque me creo vasco. Pero que le voy a hacer. Todos de una forma u otra quisiéramos ser más de lo que somos. Siempre queremos algo que no tenemos. Ser otro aunque fuera por un día. Por eso es que las historietas de superhéroes son tan populares. Por eso es que uno va al cine. Por eso leemos libros. Son algunas de las formas que hemos encontrado para eludirnos de la realidad. Ayer leí que habían elegido a Batman como el más popular de todos. No me pareció extraño para nada. Es el más común y corriente de todos. El mayor de sus súper poderes es que tiene mucho dinero.

Hoy seguimos con lo mismo de las semanas anteriores. Nada nuevo. Pasamos el día tomando café y hablando de fútbol. Lo mío es escuchar música mientras trabajo. Ahí está mi punto. Donde mejor me siento. Metido en el computador con los audífonos puestos escuchando alguna radio de cualquier lugar menos de acá. No soporto las radios locales excepto una.

El día había sido largo y pesado. Alguien por ahí lo llamó tortuoso. Eso me suena un poco a exageración. Siempre aparecen días así en la bitácora. Por suerte no son los más sino que son los menos. De vez en cuando hacen bien. No me puedo quejar. Lo bueno de días pesados como el de hoy es que uno disfruta más el regreso a casa. El viaje en tren y luego en bus. Ustedes saben. La hora y un poco más de viaje. Pero no me quejo. En Chile era más o menos lo mismo el viaje a casa. La única diferencia es que acá los buses no paran en cualquier parte ni se suben vendedores ambulantes. Ahora que lo pienso, si se suben. Hace unos días iba de vuelta a casa cuando en una de las paradas se subió un tipo grandote. Traía dos bolsos de mano. De esos que usan los muchachos para llevar sus cosas al gimnasio. Los bolsos venían llenitos. El personaje en cuestión vendía perfumes y relojes. Su tienda eran los dos bolsos. Una señora le compró un perfume y antes de bajarse del bus, el comerciante le dijo que no se aceptaban devoluciones. Increíble.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno, te comprendo. Hace unas semanas tuve una gripe igual, no era porcina sino de elefante, me aplastó tanto que hasta llegué a desear que me botaran del trabajo para quedarme en casa y morirme plácidamente en cama. Pero, no, heroicamente como tú, vine las dos semanas en que la fiebre y el malestar se ensañó en mi. Y aquí estoy, demasiado agradecido de tener un trabajo commo el nuestro... Octavio