: : Con la nube en la cabeza

El otro día me pasó algo muy extraño. Por la mañana, después de la ducha me estaba vistiendo para ir al trabajo. Nada raro hasta ahí. Prendí el televisor y lo puse en el canal 23, ya que ahí dan las noticias locales desde temprano. Me gusta estar al día de lo que pasa. No me gustan las sorpresas. Rara vez pongo atención al pronóstico del tiempo, pero esa mañana si. Una rubia pechugona estaba dando el reporte. Dijo que el día estaría despejado, pero que se esperaban chubascos ocasionales en distintas partes de la ciudad. Rezagos de una tormenta tropical que había pasado por el Golfo de México. Chubascos aislados dijo, lo recuerdo claramente. Dispersos por distintas partes de la ciudad.

Salí de mi casa y estaba lloviendo. Llovía fuertemente. Con rabia. Sonaban los truenos encima de mi cabeza como explosiones de cuatro de julio. Me puse los audífonos de mi reproductor mp3, imitación IPod. Saqué mi paraguas y caminé hasta la parada del bus. En el paradero ya se había juntado un buen poco de agua en el piso. Así pasa siempre por todos lados de la ciudad. Cae un poco de agua y la ciudad se sumerge. Terrible, en verdad terrible. Pero qué le vamos a hacer.

Cuando llegamos a la estación del tren no llovía. Me bajé deseándole un buen día al chofer y entré a la estación. Cuando llegué a la plataforma superior donde se toma el tren veo que la nube de lluvia nos había alcanzado. Comenzó de nuevo el aguacero. De vuelta a la tempestad. Truenos y relámpagos. Agua, viento y más agua por doquier. A esa altura y aunque estábamos bajo techo nos empezamos a mojar todos gracias al viento. De nada servían los paraguas. Entonces llegó el tren. Subimos y ya. El chaparrón se quedó afuera. En la mitad del camino la lluvia ya había cesado. El cielo se veía despejado hacia adelante. El tren le había ganado a la nube acosadora. Pero la distancia que le sacó no fue mucha, ya que cuando llegamos a la estación rápidamente noté que ya todos preparaban sus paraguas. Sin más ni más saqué el mío y caminé a la oficina.

El día pasó como de costumbre, cortaditos a diestra y siniestra. Hablamos de fútbol y de la vida de Michael Jackson y su extraña muerte como hombre blanco. Todos temas muy interesantes y necesarios para el crecimiento personal.

Salí tarde. Ya la noche se había cernido sobre la ciudad y los reflejos de los faroles brillaban sobre la calle mojada. Si. Estaba lloviendo. La nube loca me había esperado todo el día. Estoy seguro que no era la misma nube, sin embargo ya a esa hora me sentí perseguido. Acosado. Los chubascos aislados habían decidido seguirme. De mi casa al trabajo y en la vuelta. Una locura. Parecía que al único que le había llovido ese día era a mí. De vuelta a casa fue lo mismo de la mañana. Las pocas lluvias aisladas cayendo abundantemente sobre mí. Escoltándome en mí regreso al hogar. Un complot. La nube había decidido estar conmigo ese día. Me había escogido. Yo era el elegido.

Por ahí hay quienes asocian una nube en la cabeza como mala suerte. Mi mamá hablaba de las lluvias de bendiciones. En este caso probablemente nunca logre entender el significado de lo ocurrido. Puede no haber sido nada más que una extraña coincidencia. La rubia pechugona del tiempo se equivocó y no fueron lluvias aisladas sino que simplemente fue mucha lluvia por todos lados. No sería la primera ni la última vez que se equivocan. En fin.

Ya en casa, no dije nada sobre la lluvia acosadora ni mis conclusiones al respecto. No lo comenté con nadie. Guardé silencio. Me lo dejé para mí. No es grato sentirse perseguido ni siquiera por una nube. En tiempos como los que estamos viviendo es peor. Es una sensación molesta. Desagradable. Las persecuciones son de otros tiempos. Ahora vivimos en la era de las comunicaciones. Del internet. De la inmediatez. Si alguien conoce a la nube esta, por favor díganle que me deje en paz.

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