: : Esperando en constante movimiento

El mismo día en que se bombardeaba la luna le otorgaban el premio Nobel de la Paz a Obama. Me parece algo simbólico. Sacado de un cuento. De una fábula. De una novela rosa. Increíble. Una maravilla. Lo más probable es que los suecos andaban cortos de candidatos y por eso lo escogieron. No creo que hayan tenido malas intenciones ni planes maquiavélicos con su nombramiento. Es cierto que a todas velas los motivos parecen débiles, pero que le vamos a hacer. Ya fue. A celebrar. A seguir esperando que salgan las cosas. Que se cumplan las promesas. Pero hay que mantener la calma. Nada de ponernos nerviosos ni ansiosos. Las cosas no se darán rápidamente. No. Como todo en la vida, los cambios toman tiempo. No se dan de la noche a la mañana. Eso sólo pasa en las películas. En Hollywood. En los libros. Todo toma su tiempo. Todo tiene un período de adaptación.

Lo que pasa es que la paciencia se acaba. Cuesta mantenerse esperando por las cosas que uno quiere. No es fácil sentarse a esperar. En todo caso, sentados esperando no logramos nada. ¿Para qué? Mejor estar en movimiento. Haciendo cosas. Creando. Sentados nos atrofiamos. Nos echamos a perder. Dejamos de funcionar como corresponde. Nos oxidamos. Por eso escribo. Es un modo de mantenerme ocupado. Una manera de ejercitar las neuronas mientras espero. De mantenerlas activas. De mantener alejado el Alzheimer. De estar más o menos sanito. No es fácil. Mantenerse sano en la actualidad es una lucha que no termina. Es una guerra constante. Es cosa seria. Si nos descuidamos nos sube el colesterol, el azúcar, nos crece el abdomen, desarrollamos la doble pera. Yo estoy en eso. Peleando constantemente por bajar de peso. No sé es que momento me descuidé tanto. ¿Cómo fue a pasar? Fácil, pasó el día en que me senté a esperar por algo, por el cambio, por el golpe de suerte, por mi minuto de gloria. Ahí fue. Me senté, me quedé acostado y engordé. Me puse como chanchito. Me salió la doble pera que ahora la escondo debajo de una barba cana y desordenada. Así fue. Ahora lo recuerdo.

Como verán, hablo del tema porque lo conozco y creo que he aprendido mi lección. Pienso que no es demasiado tarde. Nunca es demasiado tarde. La lucha se acaba sólo cuando damos el respiro final. Cuando bajamos la cortina. Cuando caminamos por el largo túnel siguiendo la luz. Eso no lo inventé yo, mi madre me lo comentó una vez cuando regresó de uno de sus comas. Tuvo tres. Era dura mi vieja. Un ejemplo. Mantuvo el ánimo en alto hasta el final. Siempre sonrió. Siempre les subió el ánimo a todos. Guardó sus penas en un baúl y tiró la llave al mar. La tiró desde los requeríos del Tabo. En la playa que quedaba en la bajada del restaurant San Pedro. Ahí, donde hacíamos fogatas cuando era niño con los otros hijos de periodistas deportivos. Que recuerdos aquellos. Mi vieja subió a la roca más alta y desde ahí tiro la llave del baúl donde guardaba sus penas.

Todos tenemos penas que guardamos bajo siete llaves. No sé para qué. De qué sirve guardarlas si al final siempre terminan por salir. Es mejor darles la cara. Enfrentarlas y así ahorrarnos la ulcera. Eso es lo mejor. Claro que para variar eso también lo aprendí tarde. Después de que ya me la había ganado. Ahora trato de sufrir el momento. Por suerte, no he tenido demasiados. No soy un personaje de telenovela. Mi vida en general ha sido afortunada. Entretenida. Dinámica. A veces emocionante y sin duda variada. Ha tenido de todo. Por suerte los momentos alegres han superado con creces a las tristezas y gracias a ellos, a esos recuerdos alegres, es más fácil superar los otros, los amargos, los que nos duelen. Todo en la vida se supera menos la muerte, y cuando ella llega, hay que recibirla sonriente. Sin miedo. Con las botas puestas. Con la maleta en la mano lista para un largo viaje.

Yo le temo a la muerte como todos. Le temo porque en verdad no sé lo que hay en el otro lado. Por eso es que he jugado mis fichas con moderación. Quién sabe si al otro lado de verdad me esté esperando un hombre de blanca barba y blancas vestiduras con un libro grandote, también blanco y enchapado en oro, donde tendrá anotadas todas mis andanzas y fechorías. De ser ese el caso, he tratado de que me anoten algunas cosas buenas, a ver si con eso puedo reducir mi condena. Todo se arregla conversando. Quién sabe si lo convenzo de que me deje pasar. La esperanza, como les he dicho en otras ocasiones, es lo último que se pierde.

Por ahí cantaban que fumando espero. No es mi caso, hace cuatro años que dejé de fumar y ya no espero nada. Me cansé de esperar. Por eso es que hago o al menos trato de hacer cosas. De estar activo haciendo y no sentado esperando. Cuesta, no es fácil. Las ganas de dormir a veces son más grandes. Por ahí hablan de que ese es un síntoma de depresión. Soy depresivo, pero trato de que no me supere. Trato de que no me sobrepase. Vivo tratando y creo que cuando pongo mi vida sobre la mesa, cuento más logros que fracasos. Más alegrías que tristezas. En general, cuando miro esto pienso que deprimirse es perder el tiempo, y en verdad, si se busca, siempre hay algo mejor que hacer. Si tengo que seguir esperando por mi premio, que sea en constante movimiento.

1 comentario:

Octavio Guerra dijo...

Bravo, Pablo... qu[e manera de meterte vida adentro, te envidio a pesar de tu doble pero, el colesterol y otras cosas que m[as tarde o m[as temprano sufriremos...es la condición, no humana sino animal, el ADN, qué sé yo...pero tienes muchas cosas felices en tu balanza, por eso te envidio, disfrútalas que ya nosotros las estamos disfrutando