: : Hay semanas y semanas

Hay semanas y semanas. Querámoslo o no la vida tiene su ritmo propio. Su propio pulso. Baila a su propio compás. Las cosas salen como quieren y cuando quieren. Por más que tratemos de doblarle la mano al destino no se puede. Eso me pasa a mí y lo más probable es que también le suceda a usted. En su casa, en su oficina, en la calle. Mientras maneja o cuando va en el bus. En el parque y frente al mar. En la cordillera o en la piscina. No hay nada que hacer. Somos esclavos de las circunstancias y nada más. La suerte es así. Hay quienes dicen que la tienen toda, otros se quejan de no tener nada.

En realidad he llegado a la conclusión de que en general todo en la vida es parejo. La dualidad de las cosas se da en todo y no hay más. Justas a la perfección. Al dedillo dirían por ahí. Cuando pedimos al cielo, a los ángeles, a las figuras inanimadas, o al ente divino que sea, siempre tendremos un cincuenta por ciento de probabilidades de que las cosas se den o no. Si resultan, le prendemos una velita en agradecimiento a quien sea el gestor de nuestro milagrito, si no sale, la prendemos igual y aceptamos que tal vez no era el momento de que se dieran las cosas en nuestro favor. Nos quedamos con la excusa de que simplemente no era el momento. Aceptamos callados y seguimos adelante con nuestras vidas como si nada hubiese pasado.

A nadie le falta Dios decía mi madre. Mi madre siempre decía muchas cosas. Me acuerdo de todas. Todos los días. Es como si su voz sonara en mi cabeza repitiéndome “te lo dije”. Sabía mucho la vieja. Era una vieja sabia. Como sacada de un libro. De una novela de esas entretenidas llenas de cuentos y anécdotas. Un encanto. En todo caso mi viejo no lo hace nada de mal. Ahí anda, a sus ochenta y tantos años más activo que nunca. Trabajando. El trabajo siempre ha sido su pasión. Mi abuelo era un viejo grandote, fuerte como un roble. Jubiló, dejó de trabajar y se lo llevó el buen Dios. Se lo comió la arteriosclerosis. Entiendo a mi viejo en no querer dejar de trabajar. Para qué. Aún hay mucho que hacer por estos lados materiales. El mundo inmaterial puede esperar.

Hoy es uno de eso días raros. Tenemos reunión en la tarde, de esas que me gustan tanto y después celebraremos cumpleaños y demases. Con cervecitas, vinitos y de todo un cuanto hay para degustar. Quesitos, camarones. Una delicia. Nada como terminar la semana así. Sin despidos. Sin sobresaltos ni malos ratos. Comiendo y bebiendo. Como lo hacían los romanos, festejando, claro que después se asesinaban por la espalda. Ojalá que ese no sea el caso. Si me asesinan que sea de frente. Los cobardes lo hacen por la espalda. Los romanos en su imperio no lo hicieron muy bien que digamos. Por eso se acabó. Desapareció. Nada que se haga con malas intenciones puede durar mucho tiempo. Es la ley de la vida. Nada es eterno. Se acuerdan que les decía en la dualidad de la vida. Las cosas se dan en pares. Como pecas pagas dicen por ahí. Mi vieja también lo decía.

Pero hoy es viernes. Traje empanadas hechas por mi señora. Deliciosas. Se vendieron todas y la clientela quedó con gusto a poco. A ver si la próxima semana traigo más. Ahora saldremos a almorzar como dice la tradición que hemos instituido en nuestro departamento. Saldremos a celebrar que se acaba otra semana y que hemos sobrevivido. Ni uno de nosotros fue sacrificado a los dioses mundanos. Ninguno pasó a formar parte de las estadísticas del desempleo. Comeremos para celebrar como es nuestra costumbre. Celebrar que afuera está soleado y es rico salir a dar un paseo de vez en cuando. Ahora que el invierno se nos viene encima salimos cuando ya está oscuro.

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