: : Lo que Sopo no supo

Hace poco terminé de leer un interesante artículo sobre el arresto de un delincuente buscado internacionalmente. El fresco se había escapado a una playa de México. Palmeras, arena y mar. Cervezas y margaritas. De día al sol y bailando toda la noche. La vida del Jet Set. Seguramente se codeaba con la crema y nata de la sociedad. Rubias, morenas, pelirrojas. Latinas, europeas y asiáticas caminaban agarradas de su brazo. Todo bien hasta ahí para el malandrín este. Todo perfecto, hasta que cometió un pequeño error. Un desliz. Un descuido. Subió las pruebas de sus andanzas en el paraíso al internet. Utilizó una red social para ser la envidia de todos y como si fuera poco, aceptó a un ex funcionario del Departamento de Justicia como amigo. Craso error. Por eso lo pillaron. Facebook fue su perdición.

El internet hace muchas cosas, buenas y malas. Es una droga. Un gran vicio. Un paraíso. Un refugio para los solitarios y para los cortos de genio. Los tímidos. Para los solteros y los casados. Los divorciados y los viudos. Los anarquistas y los xenófobos. Los de derecha y los de izquierda y porque no, también los del centro. Los de arriba y los de abajo, también los de aquí y quién sabe si también estén los de allá. Los del sur y los del norte. En general, un gran mosaico de personas y personalidades, de gustos y de disgustos. Un cuánto hay de lo más selecto y refinado de la sociedad y aquellos que no lo son tanto. Una maravilla. Un verdadero primor. Sé de algunos que no comen y casi no duermen navegando por el espacio virtual que es el internet. He sabido de quienes lo han perdido todo por su adicción.

¿Pero qué se puede hacer ante tanta tentación? No es fácil decirle que no a la tremenda excitación de dejarse llevar por la corriente de información, conocimiento y contactos que este medio nos ofrece. No son pocos sus servicios. No. Internet debe ser como la manzana de Adán, que de paso, si hubiese tenido internet en el paraíso posiblemente nunca se hubiese dejado engatusar por su media costilla. Pero no fue así. No había internet en ese paraíso, pero si lo había en Cancún, y esa fue la manzana que mordió Sopo. Maxi Sopo, ese es su nombre, el delincuente que no pudo con el impulso de mostrarse en internet. No lo soportó. Fue más fuerte que su sentido común. Pero eso es otra de las cosas que tiene el internet, se presta para fechorías de todo tipo. Desde viejos cochinones a la siga de menores de edad, hasta delincuentes que sólo quieren desplumar nuestras cuentas bancarias. Hay de todo en el internet. Es un callejón oscuro. Un laberinto lúgubre lleno de recovecos y vitrinas donde las prostitutas se muestran, algo así como una escena del barrio rojo de Ámsterdam. Eso es. Una gran vitrina, un muestrario de lo mejor y peor de la sociedad o suciedad en la que vivimos.

Sopo no supo lo que hacía. Se dejó llevar por sus impulsos, posiblemente los mismos que lo llevaron a ser un fugitivo de la justicia. Pero ya sabemos que la justicia no es ciega, ya que de ser así, nunca hubiesen visto esas fotitos de Sopo en el paraíso. No se hubieran dado cuenta de cómo les sacaba la lengua y desde lejos le paraba el dedo del medio. La justicia lo vio. Lo pilló y fue en su busca. Lo apresaron y ahora se desquitará. Hará que pague por su crimen y por su descuido. Quién sabe cuál de los dos le pese más en su conciencia. Sopo no supo lo que hacía y por eso fue capturado. El internet, a pesar de ser un lugar oscuro, no es un sitio impenetrable para los buenos. Batman debe tener una cuenta en Facebook, posiblemente bajo su nombre de pila, Bruce Wayne o Bruno Díaz. Lo mismo debe ser con Superman y con la Mujer Maravilla. Posiblemente tengan la cuenta bajo otro nombre. No el que todos les conocemos. Un seudónimo bajo el cual pueden velar por nosotros y combatir la delincuencia o puede ser que solo busquen amigos. Contactos con quien chatear. Debe ser triste ser súper héroe. Un trabajo solitario, mal pagado, y como si fuera poco secreto. Algo así como el mío, pero peor, mucho peor.

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