: : Los cuentos que nos cuentan

Cuando era niño me contaban cuentos para que me durmiera. Creo que así era. En verdad no recuerdo. Mis viejos se lo pasaban leyendo así que supongo que se deben haber sabido unos buenos. La caperucita y los tres chanchitos no, esos no. Tienen que haber sido cuentos mejores, mucho mejores. No tengo porque dudarlo. Ahora yo le cuento cuentos a mi hijo para lo mismo. Para que se duerma. Para que descanse. Eso sí que me consta. Desde pequeños nos acostumbramos a eso. A escuchar cuentos para poder dormir tranquilos. De grandes la cosa no cambia en nada. Seguimos escuchando cuentos por todos lados. Nos dicen que nos quieren, que nos aprecian, que somos indispensables, que ya viene el aumento. Cuentos y más cuentos. Por eso no me sorprendí mucho cuando lo leí esta mañana. No podía ser de otra manera. Supongo que siempre se supo, claro que la esperanza es lo último que se pierde. Uno siempre espera que el cuento no sea tal. Que algo pase. Pero no. No fue así. Más tropas para Afganistán. Al menos eso es lo que decía el Washington Post. Trece mil tropas más. De nada sirvió el Nobel de la Paz. Este país nunca ha tenido presidentes pacifistas. Este país vive de las guerras. De nada sirve que por todos lados se grite que ya basta de violencia. No se consigue nada. Nadie escucha.

En la casa de muros blancos al final de la calle Pennsylvania las paredes no permiten que se escuche nada de lo que se grita afuera. Dentro de esas murallas se vive en otro mundo. Uno que desconocemos. Uno que no entendemos. Uno que no se maneja en los mismos cánones que el resto de la sociedad norteamericana. Quienes lo manejan, tienen una agenda completamente diferente a la del resto del país. Dicen que gobiernan para todos, pero eso no es cierto, lo hacen para unos pocos. Sus amigotes. Los que les pagan las campañas. Los que firman los cheques con plumas de oro. Los que nos inventan los cuentos. Los que escriben los guiones. Ellos, los magnates de la salud, del petróleo, de los bancos y de las comunicaciones. Esos que dicen que su enriquecimiento no tiene nada que ver con que los demás se hagan un poco más pobres. Ellos que se han encargado de mantener en una burbuja al Presidente y a todos sus consortes. Los que le dicen lo que debe hacer aunque en campaña él clame ser independiente. Esa independencia no existe. La casa de paredes blanca tiene dueños, y esos no son los que votan cada cuatro años en las urnas. No. No somos nosotros. Me duele decirlo, pero la democracia no es más que una ilusión que nos vendieron como tantas otras cosas. Un gran cuento.

Pero no sólo de cuentos vive el hombre. Por eso es que salimos a producir. Porque tenemos que pagar las cuentas. Porque si no nos ganamos el sustento nadie nos lo va a dar. Si no tenemos para pagar nadie viene con paquetes de rescate, no. De esos paquetes no hay para nosotros. Tenemos que salir a trabajar para ganarnos el sustento y de paso pagar los impuestos. Esos que de vez en cuando nos dicen que van a bajar. Esos que nos juran de guata que no subirán más. Esos que sirven para pagar por esos paquetes con los que se aseguraron las pensiones los visionarios que nos dejaron en banca rota. Los que toman vacaciones con el Jet Set en playas privadas. Los que viajan en aviones privados. Los que no quieren que haya paz. Cuentos y más cuentos. Todos son puros cuentos.

La verdad es que no recuerdo a mis viejos contándome cuentos antes de dormir. Puede ser que así haya sido. En una de esas tengo algún tipo de amnesia que no me permite llegar a esos recuerdos o puede que nunca hayan sido. Da lo mismo. Ya pasó. Sin embargo me acuerdo de mi viejo revisando los diarios de la mañana a la hora del desayuno. Explicándome porque las cosas eran como eran. Si bien es cierto no compartimos las mismas opiniones en relación a un montón de temas, mi viejo me enseñó a ser tolerante con las ideas de otros. Me enseñó a ser paciente y a tratar de ser justo a la hora de emitir juicios. He tratado. Les juro que lo he intentado. He tratado de llevar a la práctica sus enseñanzas pero no ha sido fácil. Espero que mi hijo, a pesar de los cuentos que le cuento antes de dormir algún día pueda decir lo mismo, que trató. A veces da lo mismo si se consigue todo lo que uno se propone, ya que en el intento, como decía Leo Burnett, uno nunca termina con las manos vacías. Seguiré intentando creer en la democracia. Trataré de creerme el cuento. A ver si en una de esas todo no ha sido más que un error de imprenta. Sólo un mal entendido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bravo, Pablo, cuando leo tus crónicas y las comparo con tanta basura, mediocridad, frivolidad y mentira en los medios,no puedo menos que pensar que merecen salir en la primera plana un diario que lean millones, porque son super ilustrativas y llenas de un calor humano inmensa. Felicidades.