: : El cotidiano asombro

Cada vez que digo que ya nada me sorprende, algo aparece publicado que me hace recapacitar. Aún me sorprendo. Pensé que se me había pasado, pero no. Siempre hay alguien que inspirado por la musa de las idioteces actúa sin medir las consecuencias de su acción. Ese es el caso de un señor de apellido Basso, que al ver que los minutos de su teléfono móvil se acababan y sumido en la desesperación de las necesidades sexuales sin atender, no encontró nada mejor que llamar al número de emergencia 911 para hacerle proposiciones deshonestas a la telefonista. Increíble. Le pidió que le invitara a su casa e hicieran cositas. A poco de cortar su cuarto llamado la policía le cayó encima. Lo arrestaron. No le perdonaron la broma. Para adentro con el don Juan de las emergencias.

Otro que siempre me sorprende con sus acciones es Hugo Chávez. Huguito es el bully del continente. Le busca camorra a medio mundo, opina en los asuntos de todos y vive como un magnate mientras que sus insulsos seguidores, vestidos todos de camisas rojas muy a la moda, bajan de peso gracias a que no hay que comer. ¿De dónde salen estos personajes me pregunto yo? Cómo es que nadie ha encontrado una explicación científica para estos casos, de no ser así que opine la santa iglesia, ya que el aprendiz de dictador podría ser considerado como algún tipo de anti-Cristo, de ahí su amor por el color rojo.

La capacidad de sorprendernos es algo bueno, que denota que no estamos dormidos, o sencillamente, que aún estamos vivos. Por supuesto que esta capacidad de asombro depende en gran parte del porcentaje de niño que todavía llevamos dentro. Debe ser por eso que en la Biblia nos hablan de ser como niños para entrar al cielo. De no ser así, no podríamos asombrarnos con las maravillas hechas por el creador. Lo que es yo, sigo maravillándome ante los amaneceres, los atardeceres, las noches de luna llena o una brisa fresca. No creo que tenga que ver precisamente con esa parte de mí que no quiere crecer, sino con el lado sensible del artista, porque a pesar de todo me sigo sintiendo un artista. Puede ser que no me haya tomado el tiempo necesario para desarrollar mi arte, sin embargo, sé que muy dentro de mí eso no ha muerto.

Pero así como me sorprendo con las idioteces de otros, también lo hago del alcance de mis palabras o de mis acciones. Eso del efecto mariposa es sin duda una tremenda verdad. Para quienes no la conocen, les puedo decir que este efecto se da dentro del marco de la teoría del caos. Dadas ciertas condiciones en un determinado sistema caótico, la más mínima variación en ellas puede provocar que el sistema evolucione en formas completamente diferentes. Eso pasa con las palabras, son poderosas. Me costó aprenderlo pero lo hice. Ahora trato de medirlas un poco.

Generalmente vamos por la vida sin recapacitar en este tipo de cosas. Lo digo por experiencia propia. Las idioteces de los demás no son distintas a las de uno mismo. Todos hacemos cosas sorprendentes para bien o para mal. De tanto mirar la paja en el ojo ajeno no me daba cuenta de que en muchos casos yo estaba peor. Es triste pero cierto. Vamos por la vida cerrando puertas a nuestras espaldas sin pensar en el caos que dejamos del otro lado. A veces aprendemos, en otras simplemente seguimos sin darnos cuenta de lo que pasó. Los efectos de nuestras acciones puede que se demoren en aparecer, pero al final siempre aparecen. Mi vieja decía que como pecas pagas. Tenía toda la razón.



NOTA APARTE: Hoy es viernes 13. Según cuenta la historia, un viernes 13 de octubre de 1307, bajo las órdenes del Rey Felipe IV de Francia, un grupo de Caballeros Templarios fue capturado y llevado a la Santa Inquisición para ser juzgado y condenado por diversos crímenes en contra de la cristiandad, de ahí que se diga que el viernes 13 es de mala suerte. Tan fuerte ha sido la sugestión que llegó hasta crear su propia fobia llamada collafobia, fobia al número 13. Tengan todos un buen día.

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