: : En vías de desarrollo

Como ya he escrito en otras ocasiones, disfruto mucho de mi viaje de todos los días, primero en bus y luego en el tren urbano. Encuentro que es un paseo encantador. Tiene algo de romántico y poético. Una belleza. Nunca es igual. Siempre tiene un dejo de aventura. Un lanzarse a lo desconocido. Nadie sabe lo que puede pasar.

Primero la espera. El paradero de buses. Siempre sucio, desordenado. Un espacio caótico que muestra el lado feo de la sociedad. Habiendo dos basureros, botan todo al piso. Terrible. Por más que sea algo cotidiano, no me puedo acostumbrar a eso. Encuentro que es de lo peor. En más de una ocasión me he preguntado cómo serán estas personas en sus hogares. Deben ser chiqueros. Porque no es cosa de una sola persona. Se nota que han sido varios los de la cochinada esta. Pero bien. Llega el bus. Puntual. Un poco antes de la hora. Se estaciona lejos. El chofer se baja y se va a comprar un café. Por lo que me ha comentado, su jornada comienza a las cinco de la mañana. De más que necesita un cafecito para recuperar las energías.

Llega la hora y abordamos. Generalmente no somos más de dos o tres. Subo. Saludo al conductor. Acto seguido, me dirijo a mi asiento. Mi pequeño palco al final del bus. Desde ahí domino toda la situación. De paso, desde mi época de escolar me he sentado siempre al final, donde se sientan los desordenados, no me gusta tener gente sentada detrás de mí. Me incomoda. Partimos. En la primera parada se sube una señora que siempre se viste de negro y que me saluda con una sonrisa que da susto. Se ve que le cuesta sonreír. Las sonrisas no son para todos pareciera ser. Detrás, sube un caballero afroamericano, que siempre lee los panfletos que le entregan los mormones. Además, es un estudioso de los juegos de azar, especialmente de la lotería. Saca cuentas, tiene un librito con estadísticas. El tipo es un duro de las apuestas. Se ve que nunca ha ganado nada. El otro que nunca falta en esa parada es un brasilero que siempre anda bien perfumado. Se peina con los pelos parados. Sus cabellos parecen siempre estar mojados. Me saluda y se sienta. Saca su agenda y su teléfono y se pone a llamar a medio mundo. El desfile de pasajeros no termina ahí. El tráfico es brutal. Algunos se duermen. Casi todos llegamos hasta la estación del tren.

En la estación es otra cosa. Mucha gente apareciendo por todos lados. Salen de los ascensores luego de haber dejado estacionados sus vehículos. Se bajan de los buses que no paran de llegar. Algunos corren, otros caminan. Hay tensión. Se puede sentir. Todos van apurados. Agitados. Todos queremos abordar el próximo tren. Nadie se quiere quedar abajo. Da rabia cuando uno llega al andén justo cuando se cierran las puertas. Esa espera es desagradable. Saber que por poco perdimos el tren y que ahora queda esperar. Así es, ya que el servicio de trenes es malo. El de los buses también. Cuando empecé a escribir dije que disfrutaba del paseo, en ningún momento dije que el servicio fuera bueno.

Al final, los buses y trenes de esta ciudad sólo son el reflejo de una realidad que por más que se quiera ocultar es. Esta urbe en la que vivimos aún se encuentra en vías de desarrollo. Está en pañales. Está al debe. Los encargados de su administración son malos. Su desempeño ha sido pobre. Los logros son exaltados al máximo porque en verdad son pocos. El recién electo alcalde ahora está lidiando con escándalos que lo tienen con las manos atadas. Está en pugna con el gobernador. El jefe de la policía tampoco está contento con él. Esta ciudad es un pueblito. Un barrio de los Estados Unidos. Por ahí alguien me dijo que es la ciudad más moderna de Cuba.

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