: : Como si fuera lunes…

Debo reconocer que esta mañana me desperté con todas las ganas de escribir, pero algo pasó. Algo muy sutil. Imperceptible. Me senté en mi escritorio, solo frente al computador y empezaron a llegar los trabajos. Algo que se me estaba olvidando. En eso puse manos a la obra y rápidamente descubrí que la falta de acción y el fin de semana largo me estaban pasando la cuenta. No sabía cómo ni por dónde empezar. Estaba perdiendo la costumbre. Horror. Mi cerebro estaba enmohecido. Colapsado producto de la extensa inactividad productiva. Las ruedas en mi cerebro estaban oxidadas.

Fui al baño y me mojé la cara. Eso siempre ayuda. De vuelta a mi escritorio paré en el comedor y me serví un café americano. De vuelta frente a los monitores, comencé a reordenar mis ideas, mis conocimientos, mis trucos. Me organicé y partí. El primer intento salió mal. Volví a la carga y fallé nuevamente. La tercera es la vencida me dije, y no fue tal. Estaba perdido en las nubes. El extenso periodo de ocio me tenía tonto. Entonces recurrí al viejo truco. Pedí ayuda. Pregunté como que no quería la cosa. Me hice el lindo, el simpático. La idea era partir lo antes con el trabajito ese para poder desocuparme nuevamente a escribir estas líneas.

La ayuda llegó y resultó que había estado cerca en mis intentos. Había fallado por poco, sin embargo, había fallado. Seguí adelante como si nada. A poco andar ya había retomado el ritmo y la cosa marchaba bien. A medida que avanzaba veía como aumentaban las carpetas y seguían llegando correos electrónicos avisándome que había más trabajo. De súbito era nuevamente una maquina de producir. Una aplanadora sacando trabajo tras trabajo. Hasta que terminé con todo. La carpeta estaba vacía. Todo lo que tenía para hacer estaba terminado. Me dije entonces, es hora de escribir mi experiencia. De compartir mi nuevo descubrimiento con mi séquito de ávidos lectores. Pero no, era hora de almuerzo y en verdad estaba con hambre.

El ocio es cosa mala. No hace bien. Es terrible y despiadado. Hay quienes dicen que es la madre de todos los vicios. Por ahí leí que el ocio tiene distintas acepciones, muchas de ellas positivas. Simplonas. Flexibles. Por un lado lo explican como el cese de toda actividad dando paso al reposo. Lindo. Igualmente, se denomina ocio al tiempo libre con que contamos, y que destinamos a realizar aquellas actividades recreativas que nos brindan placer. Hasta ahí bien la cosa, pero no todo es algodón de dulce. El ocio deja huellas. Nos marca. Nos pone neuróticos. Nos aturde, nos perturba y nos desordena. Nos saca del carril de la productividad. Nos pone lentos. Torpes. Perezosos.

Mi vieja siempre decía que todas las cosas en exceso eran malas, por más que nos gustaran. Para variar tenía razón. No sé porque no le hice mas caso cuando la tuve cerca. Pero bien, así no más es. Acá hace tiempo que la cosa ha estado lenta, y eso nos tiene a todos histéricos. A unos más que a otros, por supuesto. No a todos nos afectan las cosas de la misma manera. Sin embargo, nadie puede negar que la cosa ha estado anémica, famélica, y descolorida por decir lo menos. La crisis económica ha golpeado a diestra y a siniestra. Aquí y allá. Por todos lados y a todos. No se ha salvado nadie.

Por lo menos hoy me tocó hacer algo. No me puedo quejar. No llueve pero gotea. Como les dije, me costó levantar velas, pero fue como andar en bicicleta, una vez que partí no hubo vuelta atrás. He de esperar que las cosas mejoren poco a poco. Es lo que todos queremos. No puedo negar que los nervios no se me han quitado. Las cuentas no paran de llegar y hay que ver como se hace para pagarlas. Creo que las primeras golondrinas están apareciendo. Si bien es cierto que una no hace verano, sé que detrás vienen las demás.

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