: : ¿De que crisis me habla?

¿De que crisis me habla? Preguntó Mario Bros. mientras pedía otro whisky en la barra del salón VIP. Al otro lado, sentado en un sillón de cuero rojo estaba Picachú, quien le hablaba coquetamente al oído a una despampanante rubia que debe haber medido unas diez veces más que el chiquitín amarillo. Ella se reía picarona mientras saboreaba su mojito. La pista VIP estaba llena de comandos que bailaban felices después de haber cumplido una de las etapas de su misión. Los video-juegos estaban de fiesta. Celebraban un buen año. Los ingresos de todos habían sido buenísimos. Una maravilla.

En otro lado de la sala, una consola Wii discutía con un Xbox si había sido buena la idea de traer nuevamente a Beckham al Galaxy. Las cajas no llegaban a ningún acuerdo. La fiesta seguía. Estaba que ardía. Parado a un lado de la entrada para que todos lo vieran bien estaba un joystick Atari, feliz gracias a su cirugía plástica que lo había rejuvenecido veinte años. A su lado Pac Man no paraba de reírse. Siempre supimos de sus adicciones pero nunca nadie se atrevió a encararlo. Así sucede generalmente con las celebridades.

La fiesta estaba buenísima. Todos celebraban. Se frotaban las manos llenos de orgullo. Nada como crecer en tiempos de crisis. No hay trabajo, pero jugando se pasan las penas. Que mejor manera de olvidar que la cosa está mal que idiotizado frente a una pantalla. Pero nada de películas. Eso no pasa la aflicción. No. Los video juegos si. Eso si. En la actualidad de las películas se pasa a la consola. Hermoso. La película se acaba, pero mi emoción puede mantenerse para siempre. Me puedo hacer parte de la trama. Puedo ser un superhéroe.

No tengo nada en contra de los videojuegos. Especialmente desde que vi renacer cual ave Fénix a mis viejos amores como Donkey Kong y Galaga. Pero, posiblemente porque antiguamente teníamos que comprar fichas en el Delta 5 para jugar, cuando uno perdía no le quedaba otra que conversar. Recuerdo que con mis amigos conversábamos por horas. Ahora le pregunto a mi hijo de sus amigos y no sabe que decir. No los conoce. A muchos no les conoce ni el apellido. No sabe si son hijos únicos o que hacen sus padres. En mi época conocía eso y más de mis amigos.

Como dije en alguna otra ocasión, no creo en las conspiraciones. Pero parece que todos hemos sido parte de un gran experimento de resocialización. Hemos aprendido a convivir sin mezclarnos. Se nos ha programado para que cada vez las cosas nos molesten menos. Perdimos la sensibilidad. Nos fuimos poniendo idiotas. Dejamos que los excesos de todo nos hicieran creer que todo estaba bien.

Cuando veo las noticias de matanzas y tortura de gatos veo jóvenes que dejaron de hablar. Que se alejaron de lo social y que dejaron que la violencia de los videojuegos fuera su alimento. Muchachos insensibles que no son capaces de entender que el dolor que ellos pueden llegar a sentir por algo, es el mismo que sienten los otros cuando son torturados. La vida no tiene mucho valor, ya que desde pequeños han estado matando por puntos, por más municiones o por mejores armas. En fin. El problema es que los padres de estos jóvenes en muchos casos no son distintos de ellos. Crecieron con lo mismo. Ahora simplemente han dejado que las consolas sean las niñeras. Ninguna cosa es mala por si sola. Es nuestra propia falta de interés o mal uso lo que daña todo.


A la fiesta VIP de los videojuegos no fuimos invitados. En esa magna celebración no fuimos tomados en cuenta. A ninguno nos llegará un chequecito con nuestra participación de las utilidades. No. Sin embargo todos hemos contribuido en su crecimiento. Esa industria nos pertenece. Esa industria existe gracias a que nosotros dejamos de existir.

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