: : El perro de mi vecino

Hoy me dieron la buena noticia de que el arreglo en mi calle que sólo tomaría tres días y que empezó hace dos semanas, estará listo dentro de diez días. Una excelente noticia para empezar el día. Que mejor. Eso significa que dentro de poco todo volverá a la normalidad. Regresará todo a su lugar. Todo será perfecto.

Es cierto que no siempre las cosas salen como esperamos. A veces se demoran más de la cuenta en salir. Toman más tiempo de lo programado. A veces, las cosas no son como quisiéramos y eso afecta directamente nuestro estado de ánimo. Nos deprimimos. Nos perdemos. Pero todo en la vida tiene que ver con la manera en que decidimos tomarnos lo que se nos viene encima. Por ahí dicen que depende del cristal con que se mira. Uno podría decir que algo es terrible, pero cuando lo analizamos mejor puede ser que no. Que no sea nada malo. Que por el contrario, sea una oportunidad para cosas mejores.

Sucede que con el arreglo de mi calle, que de paso estará listo dentro de diez días, llegar a mi casa se ha convertido en una odisea. Una caminata eterna. Un verdadero martirio. Pero como decía, todo depende de cómo se le mire. Anoche, justo cuando me bajé del bus, sonó mi teléfono celular de última generación y colores neón. Era una de esas llamadas que de haberme pillado ocupado no habría respondido ni devuelto. Pero ahí estaba. Por mi mente cansada no pasaba ni una buena excusa para evadir la llamada. Lo correcto era que contestara, y lo hice.

¡Aló! Dije, y empezamos con la conversación. Eterna. Aburrida. Sin una razón de ser. Me desagradan ese tipo de llamadas. Me molestan. Me incomodan. Claro que depende de quien llama. Ese es un factor importante y que no se me debe escapar. Depende de quien llama.

La noche estaba preciosa. Fresca. Luminosa. Perfecta como para tomarse un trago en el balcón. Ideal para descansar. Pero ahí iba yo, caminando, metido en el teléfono, escuchando un interminable monólogo que en verdad no me interesaba en lo más mínimo. Me dolían los pies. Como mi calle está cerrada, no había nadie circulando por ella. Estaba vacía. Desierta. Sin vida.

La llamada seguía quemando mis oídos y mi cerebro. No paraba. No tenía dirección ni razón de ser, pero estaba siendo a expensas mías.

En eso llegué a la entrada de mi condominio. Me alegré. Un cierto alivio me llegó. Algo así como una brisa fresca, pero en mi interior. Imperceptible. Mío. La cosa de a poco parecía mejorar, y así fue. Un perro apareció de las sombras. Ladrando rabiosamente. Feroz. Era grande el can éste. Musculoso. Aterrador. Se abalanzó sobre mí. Quería sacarme un pedazo. Mientras tanto, yo le gritaba ¡atrás!, y la llamada seguía. El teléfono no había dejado de funcionar ni un solo segundo, solo que ahora sí que no le estaba poniendo atención. El fiero mastín seguía con sus cargas hacia mí, así que le di en la cabeza con mi mochila. Un tremendo mochilazo en defensa propia. Le remecí el cerebro al sabueso. Lo hice retroceder. Espero que no me vengan con cosas de maltrato animal ni nada por el estilo. Amo a los animales, solo que no me gusta ser su alimento. No me gusta desangrarme a la entrada de mi condominio. Creo que eso no se ve bien.

Volviendo al tema, a estas alturas, lo que menos me preocupaba era la llamada. Finalmente tenía una buena excusa para cortar. El perro de mi vecino se había escapado y cargaba contra mí. Así que corté. No dije nada. Supuse que el ruido se había escuchado al otro lado del teléfono. Así que simplemente corté. Como debía ser, el dueño del perro apareció dando gritos y calmó a la bestia. Debí darle las gracias por el tremendo susto. Como ven al final, dependiendo de cómo se miren las cosas, todo lo que nos pasa puede ser para mejor.

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